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El total "libre albedrío" del yo   955. Como ya sabemos, el elemento de destino del yo, con los núcleos de talentos, es el local de la dirección del "teatro del destino" desde el que los impulsos son llevados a "la sala de máquinas" del teatro o departamento "técnico": "la subconciencia", donde estos impulsos, en forma de funciones automáticas, constituyen el fundamento oculto que da lugar a "la combinación de decorados", "el disfraz" de "los actores" (Dios y el hijo de Dios) o "la disposición de la escena" que pueda dirigir la fachada de la representación del destino hacia "el espectador" para cumplir su objetivo, que en primer lugar es, como hemos dicho, hacer una demostración del "infierno" o una iniciación del hijo de Dios en uno de los dos factores generales o contrastes de la experimentación de la vida misma. El espectador "eterno" de la experimentación de la vida (el yo) experimenta, con ello, su existencia y estructura y presencia que esta experimentación no es una función automática eterna, con dirección única, fijada de antemano que sólo y únicamente le permite al yo cumplir las leyes de la vida y, de este modo, brillar permanentemente en la más alta culminación de perfección o sensación de bienestar. Un bienestar así no sería, por supuesto, un producto del libre albedrío, no sería un producto de ninguna elección o vencimiento, entrenamiento o práctica y estaría, por consiguiente, desprovisto totalmente de la alegría de crear que ahora es la leal compañera en cada asimilación, por pequeña que sea, de nuevo conocimiento. La producción o creación de genialidad, perfección o amor sólo sería, así pues, exclusivamente el producto de una camisa de fuerza mental y tendría, tarde o temprano, que llevar al yo a pedir a voces una liberación, dejando aparte que una "camisa de fuerza" así no puede precisamente existir de ninguna manera. La manifestación de perfección por el yo no es un producto de su conexión a una facultad inalterable de no poder manifestarse de otra manera. En virtud de que el yo puede manifestar y experimentar el contraste total a la perfección, bienestar o placer, es precisamente su total "libre albedrío" o soberanía absoluta un hecho. "El destino" también es, como hemos dicho, una "obra de teatro" en la que los dos contrastes se manifiestan en el mismo grado, y se experimentan por el yo, según su voluntad, deseo o anhelo. La obra de teatro del destino manifiesta, de este modo, exactamente la libertad de acción o el margen que se necesita para que el yo pueda mostrarse con un "libre albedrío" absoluto. Este margen le da, por consiguiente, al yo la libertad de acción o acceso con respecto a todos los campos mentales existentes que, en resumidas cuentas, pueden surgir como un deseo o anhelo normal en su conciencia. De este modo, puede ver cumplida cualquier cosa que, de modo normal, quiera. Todo lo que pueda querer sólo puede ser, en su principio, algún matiz del amor o del odio. Desee lo que desee, indiferentemente de que desee ser un genio en una u otra forma de creación, esta creación sólo podrá representar un grado o bien de asesinato o bien de caricias. Si desea defenderse a sí mismo y defender tanto lo que opina que son sus bienes, su religión, como cosas materiales ante otros seres, esta defensa es un grado de asesinato. Si desea, al contrario, poder crear cosas hermosas y perfectas, tanto en un trabajo normal como en arte, esta creación sólo puede ser, en realidad, un grado de amor o desencadenamiento de caricias, ya que el hecho de hacer que una cosa sea hermosa y perfecta, sólo puede ser sinónimo de hacer que la cosa sea, de modo correspondiente, un placer y una inspiración para quienes la vean. Pero una cosa que al verla produce placer e inspira sólo puede calificarse de una especie de "caricia" para aquellos para quienes es un placer. Todo lo que, en resumidas cuentas, puede normalmente pensarse y, por consiguiente, puede convertirse en deseo y anhelo, está, por lo tanto, en la zona de la representación del destino y puede satisfacerse dentro de los límites de ésta. Y con ello el total "libre albedrío" del yo se muestra aquí como una realidad absoluta. Puede desear hacer "daño" y ve cumplido este deseo, del mismo modo que puede desear hacer "bien" y ve cumplido este deseo. ¿Qué otros deseos puede tener o qué otras cosas puede querer? Nada en absoluto. Porque deseara lo que deseara aquí, sólo sería, aunque no consciente para el individuo y bastante independientemente del disfraz con que este deseo se presentase, una aniquilación del yo mismo y de las leyes eternas ligadas a él, en las que se basa la facultad de pensar o de la conciencia o la vida misma. Pero una aniquilación así está totalmente descartada, dado que el yo, en sí mismo, no forma parte de "lo creado" y, por consiguiente, no puede aniquilarse, porque sólo lo que ha sido producido o "creado" puede, de nuevo "destruirse".


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