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El verdadero investigador científico no puede evitar tener que aceptar, por lo menos como una hipótesis, un origen vivo que piensa tras la naturaleza o proceso de transformación de la Tierra   912. Que físicamente no se pueda de una manera directa abarcar el macrocosmos, tan fácilmente como se abarca el microcosmos, no es una justificación ni un fundamento para negar que este cosmos es guiado o conducido por el mismo principio que el microcosmos, al contrario, esta circunstancia hace, precisamente, todavía más necesario suponer un macrocosmos análogo al microcosmos. ¿Qué otro método de investigación que, precisamente éste, puede de manera justificada denominarse "científico"? ¿Y en qué puede apoyarse otro método de una manera firme? La fantasía, los postulados y los dogmas no pueden sostener nada "científico" y, en este caso, tampoco son los fenómenos normales en que basar las enseñanzas universitarias. Cuando no se tienen pruebas concretas, tampoco se pueden, naturalmente, revelar resultados concretos. Pero donde no se tienen resultados concretos, se tienen a veces hipótesis. Pero si una hipótesis no tiene que ser un postulado vacío o un dogma, la conclusión a la que se llega tiene que ser el resultado de juzgar un objeto desconocido a partir de un objeto conocido, con el que se opina que el primero es más o menos análogo. ¿De qué manera, si no, podría una hipótesis estar justificada o en contacto con la ciencia? Si, por consiguiente, se niega el proceso creador lógico que ha transformado el planeta Tierra de un mar de fuego en el mundo resplandeciente de vida, que hoy representa inteligencia, pensamiento y, con ello, conciencia y, por lo tanto, "algo vivo" u origen enlazado con ella, esta negación o este no reconocimiento sería, no una hipótesis, sino un postulado vacío, ya que no se ha juzgado lo desconocido partiendo de lo conocido. Y entonces, en vez de ser investigador, se será meramente un fanático. No se puede negar que dentro de lo conocido, es decir, en la zona en que las facultades de percepción humanas tienen capacidad al cien por cien, no puede tener lugar ninguna creación lógica sin ser un producto de un origen vivo, sin manifestarse en virtud de pensamiento, inteligencia, voluntad y función cerebral. Este hecho es el único a partir del cual se puede juzgar justamente el proceso creador, todavía más lógico, que tiene lugar en la zona en que nuestros sentidos no poseen la antedicha capacidad y por lo cual esta zona: la naturaleza, el proceso de transformación de la Tierra, la órbita de las estrellas o todo el universo constituye, por consiguiente, un objeto más o menos desconocido.
      Como aquí vemos, el investigador honesto y verdaderamente científico no puede, así pues, evitar tener que aceptar, como mínimo como hipótesis, un origen vivo, que piensa tras la inmensa creación de la naturaleza, y que ésta, de este modo, es una función de la conciencia, análoga al proceso creador producido por nosotros mismos. El investigador que niega rotundamente esto ha puesto en tan alto grado al descubierto la insignificancia de su propio talento científico en este campo, que podemos ver que este talento no cuenta en absoluto para aclararlo. Forma parte de seres cuya pobreza científica, emparejada con una cierta ambición, hace que lancen su negación de Dios de buena fe sin tener la más mínima idea de que esta enseñanza es un resultado totalmente falso y poco científico que ni siquiera encierra la posibilidad de poder ser documentado como hipótesis. Los ateos, de cualquier categoría que sean, también forman, de este modo, parte de la gran multitud de adoradores de dogmas o partidarios de postulados, si bien sus dogmas o postulados acerca de la Divinidad son irreligiosos y, con ello, expresan ingenuidad en vez de ciencia.


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