Lee y busca en El Tercer Testamento
   Apdo.:  
(639-1052) 
 
Búsqueda avanzada
   

 

Una puerta abierta a la mentalidad microcósmica que ha deseado la transformación de la Tierra. Nuestro deseo de humanitarismo es una gota del deseo que tiene el macroser o la fuerza creadora de que la transformación de la Tierra se realice llegando a su perfección   911. Pero este inmenso anhelo común de algo más perfecto, que como un fuego llameante ilumina la mentalidad de cada hombre terreno, tanto del "delincuente" como del "santo", ¿no es la manifestación visible de la fuerza del pensamiento y de la voluntad que ha transformado las materias incandescentes, el mar de fuego ardiente en un mundo habitable para miríadas de seres vivos de carne y sangre? ¿No es como si aquí tuviéramos una puerta abierta a la mentalidad macrocósmica que ha deseado esta transformación? El anhelo de cada individuo de algo más elevado, de algo perfecto, ¿no es como una pequeña gota del deseo de este gran ser macrocósmico? Y este deseo, ¿no es como un océano compuesto por los deseos conjuntos de los microseres? Nuestro propio anhelo de un paraíso o de una forma de existencia superior, ¿no es una de "las gotas" de las que está formado este océano? Y la interacción que hay entre el macroser y los microseres, ¿no se manifiesta de manera igual que la que rige en nuestro propio interior? Nuestra propia carne y sangre, nuestros órganos y miembros, ¿no son lo mismo que océanos compuestos por microseres? Cada uno de estos pequeños seres, ¿no es una "gota" del océano, la naturaleza o el trozo de mundo o de universo que constituye nuestra aparición corpórea y mental conjunta, nuestros deseos y anhelos? ¿No creen que cuando un fuerte impulso, anhelo o deseo, atraviesa nuestro cerebro, también anima o llena totalmente las pequeñas células del cerebro? Cada célula, ¿no constituye una gota del impulso conjunto que nosotros mismos percibimos? Estas pequeñas formas de vida coparticipan, de alguna manera, en nuestro impulso, nuestro deseo, nuestra vida. ¿Cómo podríamos, si no, levantar nuestra mano o pie, mover nuestra lengua o nuestros párpados? Si nuestro deseo de levantar nuestra mano o pie, mover nuestra lengua o párpados no pudiera, en las situaciones dadas, transmitirse a los lugares en cuestión y animarlos con la fuerza que nuestro deseo representa, ¿qué tendría si no que llevar estas partes de nuestro cuerpo a obedecer al pensamiento y a cumplir nuestro deseo?
      Como es un hecho que tanto nuestra musculatura como nuestra sangre y nuestro sistema nervioso están construidos por pequeñas células, que son pequeños organismos vivos que confirman su identidad como vida por el hecho de que, como principio, están sometidos tanto a sus leyes de alimentación como de reproducción o muestran otros de los fenómenos que son síntomas o signos infalibles de vida, estos pequeños seres también tienen que representar mentalidad. Pero si tienen mentalidad, lo cual quiere decir conciencia, ¿no creen que esta conciencia está animada por el impulso o la fuerza que nuestro deseo representa, de tal modo que también se convierte en su deseo? En caso contrario, estas pequeñas células o microseres tendrían que ser fenómenos muertos, cuya función, entonces, tendría que ser una función automática exclusivamente iniciada desde fuera. Pero los hechos muestran, claro está, que las células o microseres son expresión de vida, son seres vivos. Que los impulsos de la vida de estos seres son así mismo dirigidos por un deseo creciente que hay en su pequeña mentalidad, se convierte también en algo evidente, ya que, si no, no existiría ningún fundamento en absoluto para que tuvieran mentalidad o vida. El deseo es, así pues, igual de bueno en estos pequeños seres que en todo lo otro vivo, es la fuerza dinámica que hay en su mantenimiento de la vida, en su evolución o caminar hacia delante. Pero, ¿de dónde recibirían la fuerza si ésta, al igual que toda su otra fuerza vital, alimento físico, etc., no viniera del macroindividuo en el que son microindividuos? ¿Y por qué no tendría que ser el mismo principio el que se hace valer en nuestro propio cerebro, en nuestra propia mentalidad? ¿Por qué los impulsos o fuerzas de los deseos que nos animan no tendrían que ser gotas del mismo océano, es decir, gotas de un impulso de la conciencia de un ser tan grande con respecto al cual nosotros sólo podemos constituir sus microseres? ¿Por qué no tendría que suceder con nosotros lo mismo que sucede con los seres vivos de que está formado nuestro organismo? ¿Por qué no tendría que hacerse valer el mismo principio en fenómenos que están por encima de nosotros, tal como se hace valer en los que están por debajo de nosotros? ¿Por qué no tendría que hacerse valer o ser el dirigente en el macrocosmos como lo es en el microcosmos, en particular dado que el macrocosmos sólo es, claro está, en realidad una continuación del microcosmos?


Comentarios pueden mandarse al Martinus-Institut.
Información de errores y faltas y problemas técnicos puede mandarse a webmaster.