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El más íntimo deseo de la humanidad se encamina inevitablemente hacia el humanitarismo   910. Así pues, el conjunto de la humanidad terrena ha avanzado, en realidad, tanto en el proceso de creación que el objetivo de su conexión con éste es evidente. Su actitud mental más alta va dirigida inalterablemente hacia una sola cosa: "humanitarismo". Que no todos sus individuos conciban de la misma manera el humanitarismo, sino que, al contrario, muestren en gran medida concepciones altamente contrarias con respecto a este asunto no invalida el humanitarismo como objetivo de la conexión actual del conjunto de la humanidad con el gran proceso de creación y de su lugar en él. Cada uno de estos individuos creerá que, precisamente él, manifiesta lo especialmente bueno o revela exactamente las ideas que le darán a la humanidad la verdadera felicidad deseada. Los más grandes sabios expresan el camino a la felicidad como "la fe en una divinidad" y la práctica del amor al prójimo. Las sociedades cristianas de iglesia siguen, en parte, las huellas de los sabios y también predican el amor al prójimo, pero sin embargo dan más importancia a "la gracia de una divinidad" y al "perdón" para, por medio de ello, alcanzar la tan deseada paz y bienaventuranza, mientras los seres materialistas se burlan de toda religiosidad considerándola "superstición" y alaban los resultados de la inteligencia como absolutamente lo único que cuenta o puede salvar al mundo. El hombre primitivo considera, al contrario, que alcanzar gracia ante las fuerzas superiores o divinidades, que cree de manera absoluta tienen que estar tras todos los fenómenos de la naturaleza, es el medio absolutamente más seguro para conseguir la felicidad o una forma de existencia mejor. Con este celo ni siquiera ha retrocedido en ofrecer seres semejantes para agradar a la todopoderosa providencia y, con ello, aplacar su eventual ira. Los restos de esto se encuentran de nuevo en las ofrendas de animales del Antiguo Testamento. Nos quedan finalmente los miembros del presunto "mundo de la delincuencia" o "el hampa" de la civilización. Estos seres sueñan también con una existencia más luminosa que la que se les ha dado y creen que el camino hacia ella sólo puede, simplemente, abrirse con los métodos del animal: el derecho del más fuerte, el más astuto, el más sagaz. Derribar brutalmente a sablazos todo lo que se les pone en su camino, tanto de tipo físico como mental, son los ideales no expresados de estos seres. La mentira y el engaño u otras formas de falsedad, así como la fuerza brutal, son la única llave del reino de la felicidad para estos seres.
      Los hombres terrenos representan, así pues concepciones muy distintas de cuál es el camino a la felicidad. Pero todos tienen en común la convicción o deseo de alcanzar una existencia mejor. La existencia en que se encuentran no es satisfactoria. Todos anhelan algo que sea más perfecto, algo que sea más satisfactorio que los fenómenos que, conjuntamente, constituyen hoy su existencia, constituyen su destino. Y el resultado de este anhelo de la humanidad de una existencia mejor va adquiriendo cada vez más la forma de "humanitarismo", y lo convierte en el objetivo inquebrantable de sus más altos preceptos.


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