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El hombre terreno todavía es un ser inacabado y, por ello, no está en contacto con el estadio perfecto para la vida animal que la Tierra con su transformación ya está en condiciones de ofrecerle   907. La Tierra tiene, por consiguiente, todas las condiciones para que en su superficie pueda crearse un reino humano perfectamente armonioso. Este lado del asunto está, así pues, en orden. Lo que, en cambio, no está terminado en este gran proceso de transformación son los propios seres vivos. Incluso en los seres más avanzados en la evolución (hombres terrenos), la mentalidad aún no ha llegado a estar en contacto con las espléndidas condiciones de vida, los espléndidos recursos que poseen en forma del planeta Tierra. Su originario instinto de conservación animal, que claro está es un fenómeno que se basa más en deseo egoísta y fuerza física corporal que en pensamiento intelectual o altruista, sólo ha podido, naturalmente, hacer que los seres con naturaleza, deseos y fuerza, poder y astucia animales se lancen sobre los codiciados valores de la vida, sin tomar de ningún modo en consideración si esto ocasiona la muerte o mutilación de otros seres, mientras ellos mismos se salven o puedan mantener su vida.
      Dado que la Tierra está tan extraordinariamente dotada que le puede dar a cada hombre concreto una enorme riqueza de condiciones de vida portadoras de felicidad y bienestar, es evidente que esta actitud de los seres para con esta riqueza es muy inacabada. Se despellejan y descuartizan mutuamente, crean dolor, sufrimiento y mutilaciones, asesinan, matan y humillan a su alrededor para conseguir valores físicos o mentales, que poseen conjuntamente con tal profusión que no pueden agotarlos. Mientras la Tierra avanza a través del cielo y arropa a sus pasajeros con una profusión de todos los valores de la vida o de bienaventuranza necesarios y procuradores de bienestar, estos mismos seres se matan y asesinan mutuamente con terribles instrumentos mortíferos o máquinas asesinas que ocasionan aflicción y dolor. Sí, no ven en absoluto la riqueza divina en la que directamente están nadando. Lo han manchado todo con su sangre. Ahogan la armonía divina de las esferas con su estertor, sus gritos y torturas. De la nave espacial, que, de lo contrario, tan armoniosa, bella y luminosa se mueve a través del espacio infinito, bañándose, calentándose y coloreándose en la atmósfera resplandeciente del Sol y con vista a otras fuentes celestiales de luz, otras metrópolis de estrellas, otras esferas y otros y otras moradas en el universo eterno de Dios, surge "llanto y crujir de dientes".


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