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La naturaleza confirma con autoridad indiscutible la divinidad, la lógica y el amor de la vida y de la Providencia   905. Pero esta consecuencia es precisamente un contraste total a la sutil perfección y lógica que la vida misma le revela al investigador como un hecho todavía mayor, cuanto más evolucionado esté o cuanto más intelectual sea. ¿No muestra cada hoja de una planta, por pequeña que ésta sea, una lógica tan colosal o una creación tan metódica que el organismo conjunto de la planta debe considerarse como una verdadera maravilla? De las diversas materias, de la sustancia o materia orgánica de la Tierra surge el organismo de la planta como una revelación maravillosa de colores, diseño, forma y estructura, irradiando su ser sobrenatural hacia todo a su alrededor, embelleciendo todo lo que puede cubrir con su color y fragancia. ¿Cómo sería el colorido de la Tierra sin los grandes bosques, los verdes campos y los prados llenos de flores? ¿Acaso no enmudecería la multitud de pequeños cantores de la primavera y del verano? Los continentes, ¿no estarían muertos y serían desiertos yermos sin ninguna vida animal que contemplar? ¿No se cerniría la muerte allí donde hoy miles de gargantas se regocijan lanzando cascadas de elogios hacia las nubes, y donde multitud de seres ha empezado a percibir vagamente al Padre eterno? En verdad que aquí no hay nada que indique fuerzas sadistas como base de la existencia de la vida. Y esto, ¿no salta todavía más a la vista cuando miramos hacia atrás, a los millones de años del gran proceso de creación de la Tierra? ¿No fue una vez un "mar de fuego", un mundo de metales fundidos? ¿Y no fue una vez, retrocediendo todavía más en el tiempo, una nube de vapor ardiente condensada en nubes luminosas? Y estas nubes luminosas, ¿no eran reacciones del incipiente juego de fuerzas no físicas con las dos energías cósmicas básicas "peso" y "sentimiento" o fuego y frío del universo? El resultado de esto, ¿no fue el mundo animal que nosotros representamos hoy? Las materias incandescentes e hirvientes, ¿no se convirtieron en un mundo lleno de seres animales racionales, rodeados de sonidos celestiales? ¿Qué son las olas del océano azul reflejando el sol? ¿Qué es su estrepitoso oleaje contra los inmensos acantilados? ¿Qué son los picos de los continentes apuntando hacia el cielo y los profundos abismos de los despeñaderos? ¿Qué son las enrojecidas cimas alpinas? ¿Qué es el arrebol matutino y vespertino con sus muchos colores? ¿Qué es el bramido de los saltos de agua y el curso oculto del silencioso arroyo en la espesura del bosque? ¿Qué es el cucú del cuco, el canto del tordo y el gorjeo del ruiseñor en el claro atardecer veraniego? ¿Qué son las decoraciones cambiantes de las estaciones del año, o qué es lo que se expresa con la denominación común de "naturaleza"? ¿No es el montaje con el que un poder superior ha hecho del mar de fuego enfriado una vivienda para seres físicos? Todos estos fenómenos que hemos nombrado, ¿no son una serie única y continúa de caricias para alegría, admiración y bienestar de todos los habitantes del planeta? ¿No son, precisamente, estos fenómenos los que han desarrollado o creado poetas, artistas, escritores y hombres de ciencia? Y esta misma Providencia no da, por medio de la clara luz del sol, luz y calor con una profusión semejante a estos mismos seres animales en su propio territorio? ¿No vemos que los bosques, los campos y los mares, además de ser ornamento decorativo, son en realidad la mesa puesta de esta vivienda celestial? ¿No pueden todos saciarse? ¿No pueden todos tener un sitio en el sol, recibir calor y luz? ¿No pueden todos, de uno u otro modo, ver la naturaleza? Si no pueden, no es porque a la Tierra le falten los deseados valores. Al contrario, su riqueza en luz y calor, alimentos y víveres y bellezas naturales ya se muestra con profusión en relación con el número de seres vivos que tiene que vivir en su esfera. La transformación del mar de fuego, la metamorfosis de las materias llameantes e hirvientes no deja aquí, así pues, nada que desear.


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