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"El infierno espiritual" carece de valor como espantajo y no puede justificarse por medio de los sacramentos   893. Ahora quizá se objete que este sufrimiento tiene que ser para asustar y advertir a los seres de la zona física. Pero, ¿dónde está entonces "el libre albedrío" que a través del cristianismo de iglesia también se ha enseñado que uno tiene? Si la Providencia usa este "infierno eterno" como un espantajo, con su método es totalmente análoga al ladrón que con su revolver cargado le ordena a su víctima: "la bolsa o la vida", aunque con la diferencia de que la amenaza del ladrón en realidad sólo es una pura caricia contra "el mar de fuego eterno" o nunca cesante de la Providencia. ¿No creen que es exigir demasiado pretender que los hombres basen su vida cotidiana en el puro amor al prójimo, cuando ni siquiera la Providencia ha basado su vida y su manifestación en este maravilloso principio, sino que domina con métodos que, directamente, todavía son peores que los que usa el peor delincuente? El delincuente tiene, sin embargo, por regla general el triunfo provisional de satisfacer lo que su voluntad desea con el beneficio de lo codiciado, dinero u otros valores, por medio de su amenaza o terror; pero, ¿qué obtiene la Providencia con su amenaza de terror o "infierno"? ¿Recibe, en resumidas cuentas, en su "cielo" a algún ser amante de su prójimo por medio de esta amenaza?
      Como el amor no es un acto de voluntad, sino una facultad que se tiene o no se tiene, como sucede con todo estado en que se tiene un talento, tanto en sentido material como espiritual, dicho amor, al igual que los talentos, tampoco se les puede dar a los seres por medio de amenazas de castigo y venganza. ¿Creen, acaso, que los dotes o conocimientos de los pretendidos genios se deben al terror de un destino horroroso? Si convertirse en un genio sólo fuera un acto de voluntad, ¿por qué entonces no son genios todos los hombres? Seguro que no falta el deseo y la voluntad de serlo en hombres de inteligencia normal, incluso sin amenazas de destinos horrorosos. Además tampoco parece ser que la Providencia tenga suerte con este método. En todo caso, no habría nunca un solo ser que acabase en el "infierno eterno". Cuando ni siquiera con la amenaza de un castigo tan refinado, como tener que quemarse eternamente, puede la Providencia garantizar la bienaventuranza o salvación de los seres, sino que incluso la corriente de seres que va a dicho lugar desagradable se nombra como "el camino ancho", aquí se convierte en un hecho que "el fuego eterno" carece totalmente de valor por lo que respecta a la presunta "salvación" o futura "bienaventuranza" de los hombres, en particular cuando los seres que verdaderamente llegan a entrar en "el cielo" prometido sólo pueden ser los seres más atemorizados por la amenaza del "infierno", los que por temor a este "fuego eterno" procuraron cumplir todas las prescripciones e ideales de amor al prójimo. Pero, cuando esta conducta para con el prójimo estaba dictada por el temor al "castigo" o "perdición eterna", no está dictada por el amor. La conducta de los seres en cuestión sólo es, por lo tanto, en el más afortunado de los casos un adiestramiento perfecto. Pero una conducta o actuación para con el prójimo forzada no puede nunca, en ningún caso, ser amor. El amor es de manera exclusiva una manifestación que libremente se siente alegría de dar, indiferentemente de que se consiga un destino luminoso u oscuro con ello, sí, ¿no es así que "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por otros"? No es tan extraño que en la concepción del cristianismo de iglesia haya un "camino ancho hacia el infierno".
      Como el amor no puede de ningún modo dictarse con amenazas o a la fuerza, ni un solo ser entrará en "el cielo" por medio del "infierno espiritual". Todos los seres sin excepción están, así pues, condenados irrevocablemente de antemano a "la perdición eterna". No es de extrañar que aquí haya habido la necesidad de servirse de sacramentos y fórmulas sobre "la gracia" y "el perdón de los pecados". ¿Cómo podría uno si no "salvarse" o ir al "cielo"? Como estos sacramentos se basan en "la fe", en "la gracia" y en "el perdón de los pecados", y "la fe" también es una facultad que no está sometida a la voluntad, estos fenómenos tampoco pueden justificar "el infierno eterno". Como la facultad de creer en estos sacramentos está decreciendo, "la corriente" hacia "el infierno" también se hace aquí cada vez más "ancha". Y los seres son así, sin propia culpa, arrojados a una eterna culminación de tormentos de los que nunca son liberados.


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