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Duda e incredulidad son lo mismo que "hambre de justicia"   885. No es extraño que el redentor del mundo advirtiera seriamente: "No juzguéis, si no queréis ser juzgados. Porque con el mismo juicio que juzgareis, habéis de ser juzgados, y con la misma medida con que midiereis, seréis medidos vosotros". Además aquí también encontramos una confirmación de la advertencia de la Biblia: "Así pues, quien cree estar en pie, procure no caerse". ¿No salta a la vista aquí que el que juzga a un ser al "infierno" o "perdición eterna" a causa de su incredulidad ya es un ser "caído"? Juzgando al incrédulo le está haciendo recriminaciones al Sol y a la Luna, va en contra del curso de la vida misma. Un ser así no hace resplandecer ninguna iglesia y no hace honor a ningún templo. No tiene la menor idea de que la duda y la incredulidad son la culminación del "hambre de justicia", y que esta hambre se debe exclusivamente a la facultad o talento de ver que tiene que haber una idea o un plan más altamente intelectual, tras el universo o las contingencias de la vida cotidiana, que la idea o plan que hasta ahora se ha enseñado a través de las iglesias y templos.
      Pero, ¿cómo podría tener esta hambre sin la riqueza de experiencias que la propia vida y el propio ciclo o le han dado? ¿Y cómo podría recibir una respuesta más perfecta y más altamente intelectual sobre el misterio de la vida sin que fuera precisamente en virtud de esta hambre, esta duda e incredulidad con respecto a los dogmas e indicaciones, anticuadas para este ser, heredadas del pasado? El hambre tiene que preceder a cada saciedad. Que un hombre tenga hambre de conocimiento superior, de saber superior sobre el universo, que desee encontrar una solución al misterio de la vida que no sea, de ninguna manera, inferior a lo que está en contacto con la moralidad y el humanitarismo que han brotado en él para ser manifestado, sólo puede ser divino y no "pecaminoso". Que la duda o la incredulidad con respecto al "cielo" y al "infierno" expresa un estadio que en el momento presente hace de su origen un ateo empedernido, que ni cree en la vida eterna ni en ningún plan altamente intelectual para con el mundo, sino que, al contrario, se figura que todo son casualidades, no cambia el principio. Forma parte de los que no pueden creer y, así pues, ha sido llevado por la evolución, que se basa en la órbita del Sol y de la Tierra, a formar parte de los que "tiene que ser saciados". La vida ya se ocupará de darles la cantidad suficiente de experiencias que precisamente puedan conducirlos a tener hambre de ver que hay propósito, lógica y, por consiguiente, justicia y conciencia tras todo el universo, y así predisponerlos para la saciedad que da "el intercesor, el espíritu santo" o "la conciencia cósmica", y con lo cual las palabras del redentor del mundo: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados" se hacen realidad.


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