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"El perdón de los pecados" no era lo más altamente intelectual o central de la misión de Jesús, sino que lo central de su misión era, al contrario, su anuncio de la sabiduría   868. Pero aunque Jesús no habla demasiado sobre "la vida eterna", habla sin embargo mucho más sobre lo que puede fomentar la relación del ser con esta existencia eterna. Toda su sabiduría, ¿no se basa exclusivamente en esto? Cuando de su ser y sus palabras altamente intelectuales fluye una profusión de frases luminosas como: "Vuelve tu espada a la vaina, porque todos los que a espada matan, a espada morirán" – "Haced vosotros con los demás todo lo que deseáis que ellos hagan con vosotros" – "Como un hombre siembra, así recogerá" – "Pagará por cada uno de sus actos" – "Si uno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra" – "Ama a tu prójimo como a ti mismo" y otras muchas palabras llenas de sabiduría, y al mismo tiempo promete que a todos los que "creen" en él, es decir, a todos los que creen en estos enunciados o estas indicaciones cósmicas suyas se les dará "la vida eterna", se convierte en un brillante hecho que "el perdón de los pecados" no era lo más altamente intelectual o central de su misión, sino que ésta, al contrario, era preparar la incipiente creación del perfeccionamiento del hombre, un perfeccionamiento que es totalmente imposible por medio del "perdón de los pecados", con el cual el ser no cambia en absoluto, sino que tras cada perdón puede comenzar a "pecar" de nuevo. Que un reino con tales ciudadanos no puede ser idéntico al reino que, según Cristo, "no es de este mundo" también tendría que ser algo evidente. Un reino en el que se puede "pecar" y recibir "el perdón de los pecados" y "pecar" de nuevo no se diferencia del reino en que se encuentra el hombre terreno. No es nada extraño que Jesús aclare que "Nadie puede entrar sin llevar ropa de boda", lo cual simultáneamente se muestra como algo evidente cuando le dice a Nicodemo que sin nacer de nuevo del agua y del espíritu no se puede entrar en este reino. "Nacer de nuevo del agua" es, claro está, lo mismo que nacer en un nuevo cuerpo físico, del mismo modo que "nacer de nuevo del espíritu" es lo mismo que adquirir una mentalidad totalmente nueva. El hombre terreno sólo puede, por lo tanto, tener acceso a este reino perfecto por medio de la reencarnación. Sólo por medio del renacimiento, sólo por medio de varias vidas, este proceso, que es la creación del hombre por Dios a su imagen, es decir, la transformación o modificación total del hombre desde "el animal" hasta "el hombre divino" perfecto, que por naturaleza, en virtud de su estructura orgánica, sólo puede mostrar hacia todo y todos a su alrededor el mismo gran respeto y amor que tiene para consigo mismo, puede ser llevado a su final. Y es precisamente este proceso lo que se convierte en un hecho para nosotros por medio del fenómeno que experimentamos por todas partes y que calificamos de "evolución".


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