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El yo se muestra como un punto central o centro inmaterial de nuestra conciencia y se percibe, por consiguiente, como un "punto ciego"   806. Pero, antes de volver a "las sustancias de la vida", todavía hay un problema del que debemos ocuparnos. Como ya hemos dicho, experimentamos la vida como una percepción de un mundo "interior" y un mundo "exterior". Pero todavía hay otro aspecto en nuestra experimentación de la vida. Es la propia sensación de centro. Somos el centro del universo, estemos donde estemos. A esta "sensación de punto central" la llamamos yo, porque sentimos a este "punto central" como separado de "esto". Pero, ¿cómo experimentamos nosotros mismos este "punto central"? Experimentamos a dicho yo como el punto central no sólo del mundo exterior, sino que tenemos la sensación de que también es el punto central de nuestro "mundo interior". Esto quiere decir, por consiguiente, que ambos mundos se encuentran "fuera" del yo. Éste está en el interior o dentro de ambos. Como todo lo que experimentamos son detalles o fenómenos de nuestro mundo "exterior" o "interior", indiferentemente de lo que experimentemos o de lo que pensemos, y el yo siempre tiene la sensación de que está dentro de éstos, no pueden ser detalles del mismo yo. Y nuestra sensación del yo equivale a una experimentación de un "punto ciego". El yo se ve aquí también como un punto inmaterial de nuestra conciencia. Que está allí se ha convertido repetidas veces en un hecho inalterable a través de "Livets Bog". Y precisamente su identidad como "punto ciego" ha dado lugar a que sólo lo podamos expresar como "X" o como "algo que es". Y aquí, en nuestra última explicación, hemos expresado directamente este "algo" del modo en que, precisamente, aparece en nuestra propia experimentación de la vida. Que sólo se tenga la sensación de que es un "punto ciego" no desmiente de ninguna manera su presencia en nuestra conciencia, al contrario. Si no fuera en sí mismo un punto invisible, nuestra identidad como seres vivos sería imposible, es más, la vida misma no existiría en absoluto. Una quietud eterna y absoluta y, por consiguiente, una muerte eterna existiría necesariamente allí donde hoy la vida brilla y centellea. Porque "el algo" que hoy se revela como el punto central que experimenta, dirige la voluntad y crea faltaría totalmente. Esta experimentación de este "punto ciego" por el ser vivo es, así pues, la experiencia más noble de toda la percepción del radiante océano de experiencias.


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