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Que haya algo que expresamos como "espíritu" también convierte la existencia del yo en un hecho. "Espíritu" y "materia"   799. Pero la experimentación de la vida todavía revela una realidad que también convierte en un hecho que existe algo más que precisamente el "movimiento". Esta realidad se debe a la circunstancia de que hay algo que llamamos "espíritu". Dado que espíritu, en realidad, también es "materia" o "movimiento" y, por consiguiente, forma parte de "X3", ¿por qué expresamos esta "materia" como "espíritu"? Aquí tenemos que recurrir de nuevo a la sensación en sí de la experimentación de la vida. Dicha experimentación se percibe como un "fuera" y un "dentro". Cuando percibimos o vemos los detalles de la vida, ya se trate de nuestro entorno, la naturaleza, los hombres, los animales, las plantas o los minerales, o bien de los detalles de nuestro propio organismo, los percibimos a ellos y a la materia de que están formados como algo que existe fuera. Los vemos como realidades más o menos tangibles. Pero si, tras haberlos visto, cerramos los ojos o de otra manera no los seguimos percibiendo, sabemos que han dejado una "impresión" en nuestro interior. Cuando hemos percibido o visto las cosas en un grado suficiente, podemos, por consiguiente, "recordar" el aspecto que tienen. Esto quiere decir que, además de haber constatado en un grado suficiente la presencia de las cosas en el espacio como fenómenos tangibles, también hemos adquirido una "copia" de estos fenómenos, de modo que ya no necesitamos tenerlos ante nuestros sentidos como realidades tangibles para "verlos". Pero "lo que vemos" no es, como lo que vimos en primer lugar, una "experiencia externa", "algo visto en el exterior". Es una "experiencia interior". Esta experiencia es lo mismo que "algo visto en el interior de uno". De esta manera toda cosa exterior, frente a la que nuestros sentidos reaccionan, deja tras sí una "copia interior" más o menos perfecta. El ser vivo acumula poco a poco toda una colección de estas "copias", es más, acumula tantas que constituyen un "reflejo" totalmente perfecto de todo el mundo material exterior con el que sus sentidos entran en contacto. Este "reflejo" interior o estas "copias" interiores forman la realidad que llamamos "espíritu". Así se comprende que la experimentación de la vida por el ser vivo sólo puede existir como una sensación de "materia" y "espíritu", lo cual, a su vez, quiere decir: un mundo "exterior" y un mundo "interior" respectivamente.
      Pero esto es en alto grado una prueba de que, precisamente, existe "algo" dentro de nosotros para lo que las cosas se convierten, de este modo, en un mundo "exterior" y un mundo "interior". Si este "algo" no existiera, ¿para quién y cómo tendrían entonces que convertirse las cosas en una experiencia de fenómenos "exteriores" e "interiores"? Nuestra propia percepción de la vida confirma, de este modo, de una manera inalterable nuestro propio "ente" o "yo" supremo como "el algo que experimenta", y para el cual la experimentación es la imagen de un mundo "exterior" y un mundo "interior".


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