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La forma "íntima" y la forma "física" de dirigirse a Dios   759. La relación del ser vivo con la Divinidad o Providencia se muestra por consiguiente, como aquí hemos mostrado, con dos formas diferentes. De la una podemos decir que es "física" y de la otra que es "oral". "La física" se muestra en nuestro trato y nuestra relación diaria con nuestro prójimo y constituye todas las experiencias puramente prácticas, mientras que "la oral" constituye todo lo que se puede agrupar como "oración íntima" o el dirigirse directamente a la Divinidad desde su aposento. A medida que va habiendo armonía entre la manera "física" y la manera "oral" de dirigirse a la Divinidad, ésta comienza a convertirse en una realidad viva para el hijo. Pero antes de que esto pueda suceder, el intercambio "físico" con la Divinidad tiene que ser sinónimo de una comprensión absoluta y de la consiguiente tolerancia o el consiguiente amor para con el entorno de uno o prójimo, mientras que el íntimo u "oral" tiene que tener lugar en "lo secreto", es decir, debe concentrarse o dirigirse directamente a la Divinidad como uno se dirige a un ser vivo y a nadie o nada distinto. Este nadie o nada, sea del tipo que sea, forma precisamente parte del ruego "físico" y, por ello, sólo puede distraer o debilitar la concentración o la actitud íntima y es un obstáculo para los sentidos del ser en la reacción que supone experimentar a la Divinidad como un ser verdaderamente vivo. Que, por consiguiente, es necesario estar sólo durante la oración íntima es algo evidente. Las oraciones pronunciadas en asambleas públicas nunca pueden tener un carácter o una naturaleza tan íntimos como las que se pronuncian en silencio a solas. Que una oración carece de sentido o fundamento lógico cuando es una manifestación de vanidad farisaica y aparece como un desfile público, es, naturalmente, obvio. En este caso, coincide totalmente con toda nuestra manera de ser exterior, o relación con nuestro prójimo, o nuestra manera de dirigirnos "físicamente" a la Divinidad. Si esta manera "física" exterior de dirigirse a la Divinidad no se orienta de manera consciente a la Divinidad en sí, tal como sucede con la manera de dirigirse a ella en el aposento, no hay que esperar experimentar ninguna relación verdaderamente viva y personal entre uno y la Divinidad. ¿De qué sirve que uno, íntimamente en su aposento o de manera visible en reuniones, le pida a Dios esto o aquello, cuando con la fuerza de su voluntad y su energía física sólo puede manifestar egoísmo, cólera, odio y calumnias, es más, cuando uno mata y asesina, si no a hombres, a animales a montones con el pretexto de que es necesario para la alimentación cotidiana, aún cuando estas muertes, en realidad, ya no son en absoluto ninguna condición de vida en una sociedad verdaderamente civilizada? ¿De qué sirve que uno en su aposento con una oración autorizada o con adulaciones, elogios o alabanzas intente convencer a la Divinidad de sus virtudes y buenos propósitos o intenciones, cuando con su modo de ser diario más o menos en forma de egoísmo, indignación y persecución golpea a su prójimo y, con ello, convierte lo contrario en un hecho ante el mismo Dios? No hay que olvidar que nuestros prójimos son los instrumentos absolutamente reales de percepción de la Divinidad. Lo que hacemos contra estos "instrumentos de percepción" es el único material verdadero con que la Divinidad puede analizar y juzgar nuestra verdadera naturaleza y la autenticidad de nuestra oración autorizada o íntima.


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