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Cuando el contacto telepático con la Divinidad es necesario. La limitación de nuestro prójimo con respecto a la percepción es la limitación de lo que la Divinidad puede experimentar por medio de él   755. De niños se nos dijo: "Tú, al contrario, cuando hubieres de orar, entra en tu aposento y, cerrada tu puerta, ora en secreto a tu Padre, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará". Esta prescripción es, desde luego, totalmente correcta cuando se trata de que los discípulos estabilicen el contacto de su conciencia o contacto más íntimo y personal con el ser más alto. Esta prescripción, ¿es acaso otra cosa que la meditación por medio de la cual acabamos de llegar al conocimiento del misterio de la vida misma? "El aposento" de que se habla no es exclusivamente una habitación con cuatro paredes y una puerta cerrada. Entonces sería muy triste para la gran cantidad de hombres que hoy en día andan por ahí y no tienen ni habitación ni casa. Si la prescripción remite a una habitación así, es, naturalmente, para dar a entender que es mejor orar en un lugar así que dirigir su oración más íntima, es decir, su meditación o ruego oral particular a la Divinidad a la vista de todo el mundo por calles y plazas u otros lugares públicos o reuniones de personas, tal como se ha convertido de manera muy amplia en uso y costumbre en los movimientos religiosos. Pero esta prescripción también tiene otra finalidad mucho más importante al remitir al aposento, a saber, expresar que la Divinidad y la persona que ora deben alcanzar un contacto tal entre ellos que la oración se convierta, de hecho, en una conversación personal e íntima entre ambos sin la intromisión de seres ajenos, molestos u hostiles. La prescripción lleva, por lo tanto, a que uno se dirija personal y directamente a una Providencia o Divinidad invisible, evitando totalmente la participación de todo semejante conocido y visible. La prescripción es, así pues, especialmente alentadora o estimulante en la situación en que el tipo de pensamientos o los deseos de nuestra oración son tan íntimos o secretos que nos resistimos a confiarnos incluso a nuestro mejor o más íntimo amigo, ya que sabemos de antemano que aquí no seremos comprendidos. En esta situación dirigirse de una manera íntima a la Divinidad no es solamente legítimo, sino totalmente necesario si se quiere ser escuchado. Este ruego nuestro está precisamente, tal como luego veremos, en condiciones de provocar un contacto telepático con la Divinidad.
      Con respecto a esto se alegará quizá que, como el prójimo es lo mismo que la Divinidad, no tendría que presentarse la situación en la que uno rehúsa a hablar con su prójimo. Un rehusar así es lo mismo que rechazar a la Divinidad. Pero esto no es totalmente correcto. Este prójimo, al que nos hemos referido, no es la totalidad de la Divinidad, sino que, al contrario, sólo manifiesta una facultad de percepción particularmente concreta de la mentalidad de la Divinidad. Y por medio de esta facultad de percepción del prójimo la Divinidad no puede, de ningún modo, experimentar otra cosa que lo que, precisamente, este prójimo puede comprender o entender. El límite del prójimo con respecto a la percepción es el límite de lo que Dios puede experimentar a través de él. Si, por ejemplo, nosotros nos encontramos en el momento presente en una situación tal que representamos un campo mental, unos tipos de pensamientos o deseos y no hay nadie a nuestro alrededor que pueda entenderlos o comprenderlos, entonces la Divinidad tampoco podrá entender o comprender nuestro estado mental por medio o a través de las personas que nos rodean, ya que éstas no pueden ser los instrumentos legítimos de percepción de la Divinidad en el campo en cuestión. Que esto es cierto se convierte precisamente en un hecho mediante el malentendido, la antipatía o la persecución de que la especial situación nombrada nos haría objeto en caso de que se lo revelásemos a estos seres.


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