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Nuestra relación con nuestro prójimo es lo mismo que nuestra relación con la Divinidad y es la base de la relación de la Divinidad con nosotros. Un contacto "telepático" con la Divinidad no es siempre necesario   754. Con la revelación de la identidad de nuestro prójimo como el instrumento de que se sirven los sentidos de la Divinidad frente a nosotros, se da por descontado que nuestra relación con este prójimo es nuestra verdadera y auténtica relación con la Divinidad o constituye lo que en la manifestación de nuestro ser llega directamente a los sentidos de la Divinidad. Y nuestra manera directa de ser con respecto a nuestro prójimo se convierte en el modo en que nos dirigimos directamente a la Divinidad o en la relación que tenemos con ella. ¿Y qué es más natural que el hecho de que este modo de dirigirnos directamente a la Divinidad sea lo que en primer término se convierta en la base de la reacción o respuesta de la Divinidad para con nosotros?
      Como el hombre terreno no suele contar con que su relación con su prójimo es idéntica a su relación con Dios, no es tan extraño que su correspondencia o interacción con esta Divinidad esté muy embrollada y sea muy primitiva, es más, incluso tenga lugar en forma del más puro paganismo. Que este ser en cuestión opine que no siempre es "oído" cuando se dirige a ella es fácil de comprender aquí, porque ¿qué tipo de ruego le ha hecho? Lo que sucede, ¿no es que en muchos casos ha evitado los sentidos a través de los cuales la Divinidad tenía que percibirlo? Que haya habido momentos en que desesperado ha clamado al cielo, ha pronunciado largos torrentes verbales de oraciones, le ha prometido a la Divinidad penitencia y enmienda si simplemente era escuchado, o le ha mandado alabanzas, manifestaciones de alegría y alabanza a esta misma Divinidad por haber experimentado felicidad y bienestar es, naturalmente, una especie de ruego a la Divinidad, pero mientras la persona que reza no conozca o no acepte la identidad de su prójimo con la Divinidad, es decir, ame a su prójimo, no puede recibir otra cosa que la fuerza de la manifestación de un susurro. Hay, así pues, dos maneras de dirigirse a la Divinidad, a saber, la forma corriente de "oración" y la relación cotidiana del ser con su prójimo. Como esta última forma, por lo general, no se acepta de ningún modo como una relación con la Divinidad, esta relación es frecuentemente tan estrepitosa, sanguinolenta y demoledora que la primera forma de dirigirse a Dios, es decir, la oración de palabra a la Providencia se pierde totalmente en este terremoto mental o es ahogada por él. Y la persona que reza no recibe, aparentemente, ninguna respuesta a su oración. Pero,¿qué pasaría si nos dirigiésemos a uno de nuestros prójimos susurrándole una u otra petición llena de amor, al mismo tiempo que por otra parte lo hacíamos objeto de nuestro alboroto y ruido mortífero, de nuestra indignación y cólera? ¿No creen que sería difícil para este prójimo comprender lo que le decimos dirigiéndonos a él con un susurro? ¿Y hasta qué punto creen ustedes que tomaría nuestras palabras en serio mientras eran ahogadas por nuestra indignación y cólera o actos faltos de amor? ¿No creen ustedes que la respuesta a nuestro ruego susurrante sería bastante negativa? ¿Por qué no tendría también que ser negativa la respuesta al dirigirnos de una manera así, con un susurro, a la Divinidad en una situación semejante? ¿No sería pedir demasiado exigir una respuesta a una petición u oración con respecto a la que nosotros mismos hemos hecho todo lo posible para impedirle a la Divinidad que la oiga?
      Quizá se alegará al respecto que la Divinidad, sin embargo, no depende del ruido y del sufrimiento y que telepáticamente puede percibir nuestra oración. Pero, ¿por qué sólo se podría tener acceso a la Divinidad de manera exclusiva por medio de una especie de vía telepática, cuando es fácilmente accesible por la vía física? La telepatía es una cualidad divina con cuya ayuda uno puede, eventualmente, entrar en contacto con personas que están ausentes o que de otra manera se encuentran fuera del alcance de nuestros sentidos físicos ordinarios. Pero un contacto telepático así, es decir, transmisión psíquica de pensamiento no es en absoluto necesaria en situaciones en que tenemos acceso físico abundante al conjunto de sentidos de la Divinidad. Y este acceso está mucho más presente cuando nos dirigimos de manera física a nuestros semejantes que lo que uno, por regla general, está acostumbrado a admitir.


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