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Las vidas terrenas y el destino   750. Como la vida actual de cada ser se manifiesta, por lo tanto, como un fragmento de esta eterna experimentación de la vida, el destino de cada ser está justificado. Es evidente que el ser abriga deseos y anhelos de tales dimensiones que no pueden satisfacerse en un fragmento como el antes mencionado, sino que se necesitan varias vidas sucesivas para que su ciclo se lleve completamente a cabo. Que las vidas locales concretas o "los fragmentos" de la existencia eterna de estos seres no pueden ser todas ellas bienestar radiante al cien por cien es también muy natural. Esto dependerá exclusivamente de los fenómenos que han ocupado la conciencia del ser en vidas precedentes, y de lo cual la vida local en cuestión es una continuación. En estas vidas precedentes puede haber tenido apetitos, deseos y anhelos cuyo cumplimiento no ha sido de una naturaleza especialmente sana para la conciencia y la vida psíquica. Ha podido adquirir hábitos y tendencias muy desacertadas, y la difícil lucha contra estos hábitos y estas tendencias perturba en mayor o menor grado su vida actual o la convierte en una pura culminación de sufrimientos. Pero en vidas precedentes también puede haber alimentado espléndidos hábitos y tendencias, fenómenos que no pueden de ningún modo dejar de significar una aparición extremadamente sana en la vida actual, tanto por lo que respecta a la conciencia como al cuerpo, es más, ser la culminación del bienestar.
      Pero, como el destino de cada ser en su vida actual es, así pues, una reacción, una repercusión o resultado de sus pensamientos y de la manera de manifestar su voluntad en vidas precedentes, la manifestación de sus pensamientos y de su voluntad en su vida presente tendrá, así mismo, una importancia decisiva en la creación de su destino futuro. Por consiguiente, aquí se nos confirma que el ser es el creador absoluto de su propio destino. Su yo inmortal, en conexión con su supraconciencia, sobrevive a sus vidas físicas y transfiere las experiencias y los deseos y anhelos no satisfechos a vidas siguientes. Que estas vidas terrenas se manifiesten, por consiguiente, como estadios o grados de una escala de perfección es igualmente natural. Las vidas tienen necesariamente que ser más y más perfectas con cada vida que pasa, mientras los deseos y anhelos del ser lleven su voluntad a crear cosas que pueden conducir a una conciencia en una posición más elevada o, incluso, a la genialidad, que en este caso es lo mismo que intelectualismo al cien por cien.
      Que el ser no puede evitar estos estadios, sino que cada ser concreto tiene que atravesarlos para llegar a la genialidad o perfección absoluta es también evidente, ya que la genialidad o perfección no es otra cosa que la expresión de un grado de habilidad, y éste, a su vez, sólo puede existir como un resultado de una ejercitación, un entrenamiento y una experiencia precedentes. Y como cada vida terrena normal constituye, precisamente, un estadio o grado de perfección, se muestra, por consiguiente, como un hecho que este ser ha tenido una existencia precedente. Cómo, si no, habría podido ejercitarse, entrenarse o hacer las experiencias de que su actual estadio es el resultado y sin las cuales dicho estadio sería imposible.
      Pero cuando todos los fenómenos de la vida cotidiana convierten así en un hecho que el ser es el propio creador y origen absoluto de su destino, y que este destino se forma exclusivamente por las reacciones de las manifestaciones de los propios pensamientos y la propia voluntad del ser, la vieja frase que dice "Como un ser siembre, así cosechará" se convierte en una realidad irrefutable. Esta realidad es el resultado básico n.º 11 de la vida.


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