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El destino del ser es su propio camino celestial, creado por él mismo, a través de las esferas de luz, espacio y tiempo del universo o mentalidad de la Divinidad misma   749. El destino es, claro está, la propia trayectoria o el propio camino celestial, que el ser inmortal mismo ha creado a través de la mentalidad de la Divinidad, que todo lo irradia, o de las esferas de luz, espacio y tiempo del universo. Dado que esta trayectoria sólo puede existir como "química cósmica", es decir: reacciones de las combinaciones de energía que el ser mismo ha manifestado como satisfacción de sus anhelos, deseos y desencadenamientos de voluntad, la conducta pasada, consciente del propio ser es la base inconmovible del carácter del destino de este mismo ser en su vida actual. El deseo y el mandato del ser es, de este modo, el fundamento inconmovible para la formación de su avanzar actual a través del tiempo, el espacio y la luz. Se encuentra en medio de su propia creación de la coloración de su propia vida, en su propia disposición de la luz y la sombra, en su propia creación tanto del grado de perfección y belleza exterior de su propia existencia como de la capacidad de su función espiritual o intelectualismo interior. Pero con ello, el misterio sobre el destino del ser ha terminado y la lógica o el amor se han revelado hasta la perfección. Al ser el actual destino de los seres una reacción de la satisfacción de deseos que han tenido o experimentado en vidas precedentes, de pronto la conducta actual de cualquier ser tiene sentido. Que no tengan el mismo destino o no experimenten el mismo bienestar o sufrimiento en su vida actual es ahora algo natural. Mientras anteriormente, cuando no se aceptaba el renacimiento, esta diversidad de los seres con respecto al destino se mostraba como una injusticia de la Divinidad basada en la perversidad, la misma diversidad de destino expresa ahora la justicia más alta o la culminación misma del amor. Como los seres no han pensado, deseado o actuado de la misma manera en vidas precedentes, las reacciones a que su actuación ha dado lugar en estas vidas precedentes tampoco pueden ser las mismas. Dado que las reacciones tienen, necesariamente, que marcar al ser eterno, se da por descontado que vemos que los seres tampoco se manifiestan como idénticos. Y lo más natural y justo es que el tipo de manifestación o manifestaciones a que el ser se ha dedicado en vidas precedentes se deje ver, y desde la supraconciencia del ser inmortal tras el organismo se refleje o muestre en la vida y el organismo actual del ser. Si ha tenido manifestaciones, deseos y anhelos nobles y sanos para el alma y el cuerpo, es natural que su vida posterior esté necesariamente marcada por ello. En otras palabras, cada nueva vida es, en realidad, una continuación de la precedente. Los deseos y anhelos que el ser no vio cumplidos en la última vida continúan simplemente en la nueva vida y se apresuran a ser satisfechos. Esto significa, tal como hemos dicho, que cada ser se encuentra en medio de su creación eterna y, por consiguiente, en su función de conciencia o experimentación eterna de la vida.


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