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En virtud de la ley de percepción, que requiere que cada cosa tenga su contraria, hay una satisfacción para cada forma de hambre   714. Como la naturaleza, en todas las circunstancias de las que tenemos una visión de conjunto total, siempre pone de relieve la existencia de un antídoto contra cada caso de veneno, para no nombrar la ley de percepción en sí que consiste exclusivamente en que todo tiene su contrario – sin este contrario su formación o creación sería totalmente imposible – aquí también se convierte en un hecho que el hambre mental que hay en la mentalidad de la humanidad terrena tiene su contrario, es decir, una satisfacción. Negarlo sólo puede ser un postulado, ya que nunca, en ningún caso, puede basarse en hechos, sino que cada uno de sus puntos tiene que contradecir lo que inalterablemente condiciona la experimentación de la vida. Que hay satisfacción para cada anhelo se convierte en un hecho por medio de la circunstancia de que esta satisfacción es idéntica a la ley misma de la existencia o a la condición para toda experimentación de vida. Que en la vida cotidiana presenciemos muchas formas de anhelos que no vemos satisfechos no puede en ninguna circunstancia desmentir lo dicho anteriormente. Un anhelo o hambre y su satisfacción forman conjuntamente una unidad, es decir, el punto de equilibrio o balance de un desencadenamiento de energía. Es imposible que un hambre o anhelo cese antes de que se haya alcanzado su satisfacción, que es el punto de equilibrio del despliegue de la energía del hambre. Que con respecto al hambre común se pueda tener a veces la sensación de que esa hambre desaparece, sin que se haya tomado alimento, no significa que el hambre haya desaparecido. Al contrario, una sensación así se debe, en cambio, exclusivamente a una transitoria debilitación de la sensación de percibir hambre, una debilitación que también se presenta en otros muchos campos de percepción. Si uno, por ejemplo, mira intensamente y de manera persistente un punto lejano, se dará cuenta de que dicho punto a veces se vuelve totalmente borroso o vago. Esto no significa que la cosa se haya hecho borrosa o vaga, sino que nuestro sentido de la vista se fatiga y pierde, por consiguiente, su fuerza normal hasta que los ojos de nuevo hayan descansado. Un anhelo puede sentirse también de una manera tan persistente, que los sentidos, por medio de los que se siente, se debiliten. Y durante un tiempo tengamos la sensación de que ha cesado. Pero el deseo o anhelo en sí no puede cesar en absoluto sin ser satisfecho.


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