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Atribuirle a la Divinidad todo lo que nos parece "bueno" y no atribuirle todo lo que nos parece "malo" no es una adoración a Dios en "espíritu y verdad". Es una adoración de sí mismo y, por consiguiente, un acto de idolatría   702. Por medio de lo que antecede, la verdad de la sublime advertencia que dice que hay que "adorar a Dios en espíritu y verdad" se convierte así mismo en un hecho evidente. Dado que todo lo que existe es "la imagen de Dios" o única revelación visible, se da por descontado que un solo ser o una sola cosa no puede ser nada más que una localidad o una fracción de "la imagen de Dios" y no la totalidad. Pero cuando lo que vemos de "la imagen de Dios" no es la totalidad, un juicio que sólo se basa en la fracción que vemos de esta imagen no puede ser en absoluto una expresión justa de la totalidad. Tomar la fracción por la totalidad es una falsificación. Y en una falsificación así se basa la adoración a Dios de todo ser que le atribuye un modo de ser determinado, mientras todo lo que se encuentra fuera de este modo de ser se le atribuye a otro origen, se le atribuye a un "enemigo" de la Divinidad, se le atribuye al "diablo". Así pues, negarle a la Divinidad ciertas formas especiales de manifestación, que a uno no le gustan o que considera "pecaminosas", es, en última instancia, lo mismo que formar o crear. El resultado de esto sólo puede ser una "realidad creada". Este resultado o producto, que de este modo hemos creado, no puede, por consiguiente, ser en ningún caso una expresión justa de la Divinidad, sino, al contrario, una expresión estable de las limitaciones de nuestra propia mentalidad. Dar a entender que esta imagen es la Divinidad es "idolatría".
      Si, de este modo, le atribuimos a la Divinidad todo lo que nos parece bueno y agradable y, en cambio, le atribuimos al diablo todo lo que no nos gusta, todo lo que no está de acuerdo con lo que, según nuestra opinión, es moral e idealismo, esto no podrá formar parte del concepto adorar a Dios en espíritu y verdad, porque una concepción así de la Divinidad es altamente materialista. Hemos tomado de "la imagen de Dios" la materia que nos ha parecido y la llamamos Divinidad, en tanto que juzgamos al resto de la materia de esta misma imagen como "obra del diablo". Por consiguiente, lo que aquí adoramos no es a la Divinidad, sino un determinado tipo de materia. Como sólo es esta materia la que tiene nuestro favor, como es una materia que nos agrada de una manera especial, en realidad sólo es por comodidad propia que, precisamente, adoramos esta materia, y mediante ello se convierte en un hecho que, en realidad, lo que adoramos es nuestro propio ente o ser. Esto se documenta o confirma ulteriormente como un hecho por la circunstancia de que somos intolerantes o nos indignamos contra aquellos que se permiten tener la más mínima sombra de duda sobre nuestro especial Dios o forma de adorar a Dios, o que divergen de ella. Esta duda o esta concepción, que diverge de nuestra propia concepción de Dios, se opone al mantenimiento de nuestro concepto favorito. Y la intolerancia sólo es, en este caso, nuestro instinto de conservación que lucha en contra para defender algo que nos parece una condición de vida. Nos encontramos en una especie de lucha – no por la Divinidad – sino por una materia que deseamos de una manera especial. Hacemos una guerra que tiene su raíz exactamente en el mismo principio que cualquier guerra. Que llamemos a esta guerra "ira santa" o "indignación justa" no cambia el principio. Sólo es el disfraz o camuflaje con el que mitigamos una mala conciencia o intentamos que esta lucha nuestra, que es egoísta, parezca "adoración a Dios". Que esto, en muchos casos, tenga lugar de manera no consciente en nosotros no convierte esta "adoración de Dios" en menos materialista. Sigue no pudiendo calificarse de un abandono a la Divinidad en "espíritu y verdad". No puede ser "en espíritu" porque favorece un determinado fenómeno creado, y "espíritu", en cambio, sólo puede ser la materia común de la que surgen todas las cosas creadas. Y no puede ser "en verdad" porque es egoísta. No puede ser verdadera adoración de Dios mientras, en realidad, siga siendo exclusivamente una tolerancia de fenómenos que están a favor nuestro, y una intolerancia o persecución de seres y cosas que no encajan en nuestro sistema favorito o en la adoración de nuestro propio ente.


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