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Los sentidos sólo pueden abrirse a la profusión de rayos de Dios entrenándose en el ejercicio del amor. La visión que tiene el hombre terreno de la Divinidad y de los otros seres cuando le falta este entrenamiento   701. No es extraño que entre el ser, que es un hijo de Dios en el estadio infantil, y este poderoso padre y señor del universo surjan divergencias, del mismo modo que tampoco puede ser extraño que las reacciones de estas divergencias puedan llenar la vida cotidiana de molestias. Así pues, exige entrenamiento estar de una manera temporal, física frente a este artista de la vida, el mayor en toda la eternidad, frente a este origen del amor. Los seres sólo pueden acostumbrarse lentamente a la clara atmósfera de su presencia. Sólo entrenándose en el ejercicio del amor pueden abrirse sus sentidos a la penetrante profusión de rayos de su rostro. Sin este entrenamiento los sentidos del hombre terreno permanecen cerrados para la realidad. Su vida es una marcha por agujeros, negros como la noche, desiertos y oscuros y llenos de mucosidad, es una danza de muerte en los sangrientos campos de batalla del principio mortífero. Su respiración es añoranza, dolor, enfermedad y mutilación. Su habla es llanto y rechinar de dientes. "La imagen de Dios" está ausente. A veces, incluso ve a sus semejantes como "enemigos", "delincuentes", "demonios", "ogros", "brujas", es más, lo experimenta todo imaginándose bestias sedientas de sangre o seres terribles. A decir verdad, sus sentidos están aquí muy cerrados para la profusión de luz del rostro de Dios. Sólo ve la ceniza o las escorias del ardiente fuego supremo, del cual su propia existencia recibe vida, calor y luz. Sólo ve en la arena algunas huellas del ser en cuyo abrazo vivo descansa eternamente. Es más, llega incluso a negar la voz de este ser que todo lo penetra, su habla a través de la vida, de la cual él mismo es un eco. Con su proclama la adoración de la muerte, a pesar de que ésta nunca ha existido, y proclama, en forma de odio a su prójimo, la persecución a la Divinidad todopoderosa, cuyos pensamientos y manifestaciones están tras su propia respiración y tras el latido de su corazón. Aquí se comprende mejor la verdad de las sabias palabras que dicen: "El insensato avanza confiado donde los ángeles no se atreven a pisar" y el reconocimiento del hijo de Dios cuando dice, "Todo lo que habéis hecho con uno de estos pequeños me lo habéis hecho a mí."


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