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"La causa sin causa" constituye un centro muy íntimo frente al cual todo lo otro sólo puede existir como periferia. Esta "causa sin causa" constituye un ser vivo   694. Que no se pueda ver lo que origina los detalles de la zona lejana no puede ser, en ningún caso, una prueba de que no existen. Los microseres de nuestro propio organismo tampoco pueden ver lo que origina su mundo, y, sin embargo, es un hecho, que nosotros existimos. Pero, ¿hemos visto nosotros mismos el origen de este mundo que, claro está, es lo mismo que nuestro propio organismo? No, todo lo que vemos o presenciamos de nosotros mismos sólo son una serie de funciones, puestas en escena por medio de una inmensa cantidad de órganos o aparatos animales que existen todo el tiempo como una periferia alrededor de un centro que experimenta, manifiesta y muestra una voluntad dirigente. De la única manera que este centro puede ser accesible a la percepción es, precisamente, como un núcleo muy íntimo alrededor del cual toda experimentación es un fenómeno externo o una periferia. Miremos adónde miremos o miremos lo que miremos, nos sentiremos siempre a nosotros mismos como lo absolutamente más íntimo, lo más profundo de nuestra experiencia. Lo mismo se hace valer en toda forma de decisión o acto de voluntad. No tiene su origen en nada externo. No comienza en las puntas de los dedos de las manos ni en los dedos de los pies. No comienza en la piel ni en la musculatura. No comienza en el hígado, en el corazón ni en la sangre, del mismo modo que tampoco puede tener su primer origen en el cerebro en sí que, claro está, es un órgano y, por consiguiente, sólo constituye un aparato, un instrumento sujeto a la voluntad y, de este modo, también tiene que ser periférico para "el algo" que dirige la voluntad. Antes de una acción tiene que haber un pensamiento. Pero el pensamiento no puede tener lugar por medio de "nada". Tiene que haber un medio o instrumento para el pensamiento. Éste tiene, a su vez, que ser anterior al pensamiento. Pero un pensamiento que da como resultado una acción es, claro está, lo mismo que desencadenamiento de voluntad. Desencadenamiento de voluntad es, por consiguiente, algo que se quiere o no se quiere. El hecho de "querer" o "no querer" se muestra, por lo tanto, como un estado que tiene que residir en un lugar más íntimo en el centro de la conciencia del ser vivo que el pensamiento en sí, ya que éste puede regularse desde aquí. Si no se pudiera regular, no habría nada llamado voluntad. La voluntad sólo es una reguladora del pensamiento. Por consiguiente, nos hemos adentrado tanto en el centro de la conciencia del ser vivo que hemos entrado en el dominio de la actuación, además de haber entrado en el organismo con cuya ayuda se manifiesta la acción, y en la combinación de pensamientos que la acción representa, ya que hemos entrado en una zona de este centro en la que existe la situación en la que tiene lugar el hecho de que se forma, se regula o decide la combinación de pensamientos. Esa situación o esta zona no pueden ser idénticas al organismo, porque éste obedece al pensamiento, pero tampoco pueden ser el pensamiento, porque éste está sometido a la voluntad. La forma y carácter especial del pensamiento se decide, se forma o se regula revelando así un "algo" regulador del pensamiento o director de la voluntad. Este "algo" tiene, por consiguiente, que ser lo más profundo de la manifestación o conducta de un ser vivo, es más, tiene que ser su propio ente más íntimo y absoluto. En este ente no puede existir nada. Todo tiene que estar fuera de él. En dicho ente se desencadena la primera incipiente tendencia de manifestación del ser en cuestión. Esta tendencia existe primero como deseo primario y se convierte en voluntad, que es lo mismo que reguladora de pensamientos, que, a su vez, es lo mismo que combinación de movimientos de materia, y en último término es lo mismo que creación. Esta creación es, por su parte, el último y definitivo efecto del impulso que surge de este ente o centro íntimo de la conciencia. De este modo, aquí se convierte en un hecho que este ente íntimo es la causa absolutamente primera de toda manifestación, ya que se encuentra tras el deseo y la voluntad de manifestación y los usa como factores subordinados en la aparición o revelación de su presencia en el universo.
      Pero a un centro director del pensamiento y de la voluntad sólo se le puede calificar de "un algo vivo". Este "algo" vivo es, así pues, irrevocablemente la causa absolutamente primera o más profunda tras toda clase de manifestación. Y esta causa, tal como hemos visto aquí, diverge de todas las otras causas por el hecho de que no puede ser, como ellas, idéntica a un efecto de otra causa precedente, dado que es anterior al efecto o constituye un centro frente al cual todos los efectos sólo pueden existir como periféricos, como factores subordinados. Como aquí hemos visto, este centro está, naturalmente, tanto tras los efectos y los pensamientos como tras la dirección de la voluntad. Y aquí podemos confirmar de nuevo que este centro o esta causa es "la causa sin causa".


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