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El yo como constituyendo "la primera causa" de toda creación o desencadenamiento de energía, y las realidades por medio de las que este yo se convierte en un hecho   672. Representando esta causa en nuestros análisis de la vida, estos análisis se convierten en perfectos, es decir, forman al cien por cien una totalidad. Y, haciendo visible esta causa en el análisis del ser vivo, hemos llegado a una causa que diverge de todas las otras causas por el hecho de que no puede descomponerse o identificarse como algo que da lugar a efectos de una nueva causa; dicho con otras palabras, aquí hemos llegado a un "algo" que es el regulador de los movimientos. No podemos ignorar que un regulador así existe, ya que, tal como ya hemos dicho, resulta que todos los movimientos son un eslabón de una creación lógica o útil. Esta lógica es, así pues, algo que se encuentra por encima de los movimientos. Pero dado que en nuestra propia vida experimentamos como un hecho que una lógica no puede existir como una cualidad independiente, sino que se manifiesta como una facultad de un "algo" en nosotros mismos, que experimenta los movimientos, y, a su vez, desea intervenir en ellos, este "algo" que experimenta, desea o anhela es anterior a la lógica. Pero como este "algo" vive o experimenta el movimiento y, por su parte, expresa estas experiencias en forma de una intervención lógica en los movimientos, aquí se convierte en un hecho que este "algo" es la última y más profunda causa de toda la aparición, existencia o conducta del ser vivo.
      El lector puede fácilmente persuadirse a sí mismo de que es así observando su propia lectura de estas líneas. Por medio de ellas ¿no se convierte acaso en un hecho que en él hay un "algo" así en una posición superior que desea leer estas líneas? ¿No es así mismo un hecho que la lectura en sí es sinónimo de creación de movimiento, en todo caso en el mundo de sus pensamientos? ¿Y no es también un hecho que "él" mismo regula este movimiento? "Él" decide el tiempo que esta lectura debe durar. Que es un hecho que "él", con el inicio de esta lectura, experimenta que dicha lectura crea una impresión en su conciencia, por lo tanto un nuevo movimiento, no puede negarse. "Él" crea movimiento y experimenta movimiento. Estas impresiones pueden crear simpatía y antipatía en "su" conciencia y, con ello, contribuir a "su" futuro desencadenamiento o manejo de movimiento.
      Pero, ¿quién es este "él" que desea leer y, por medio de ello, recibe impresiones y las usa de nuevo en su futuro desencadenamiento de voluntad en sentido de simpatía o antipatía? Toda la manifestación tiene lugar por medio de una combinación de órganos, es decir, instrumentos. Pero, ¿es posible que estos instrumentos sean idénticos a este "algo" que lee o experimenta? ¿Puede un instrumento ser independiente? ¿Puede un hacha cortar un árbol por sí misma? ¿Pero hay, acaso, algo en la parte visible del lector que no constituya un instrumento? El cerebro, los nervios, la sangre, la musculatura, las glándulas, los pulmones, el corazón, el hígado, etc. ¿no son acaso órganos?, ¿y no constituye cada uno de ellos, por lo tanto, un instrumento? Pero si la parte visible del ser constituye instrumentos, ninguno de estos fenómenos visibles pueden constituir, en realidad, este "él" o este "algo" que usa los instrumentos y por medio de ellos experimenta el contenido de la lectura.
      Si, a pesar de esto, se sostiene que el conjunto de estos instrumentos constituye este "él", y que con esto se ha encontrado toda la solución, esto es lo mismo que decir que se sostiene que el hacha puede cortar el árbol por sí misma. Al igual que no son los ojos los que ven, tampoco es el hacha la que corta el árbol. Los ojos, así como el cerebro, son instrumentos por medio de los cuales "algo" puede leer y comprender. Es verdad que este "algo" no es nada por sí mismo sin tales instrumentos de conciencia, pero estos instrumentos estarían igual de desamparados y fuera de función sin dicho "algo". ¿No es acaso esto lo que presenciamos cuando contemplamos un cadáver? Tiene, claro está, todos los instrumentos, tanto ojos como cerebro, etc. en buen estado, ¿por qué, entonces, se muestra como un cadáver?, ¿no es, precisamente, porque ya no sigue siendo usado por "el algo" que anteriormente experimentaba por medio del conjunto de órganos del organismo en cuestión?
      Que este "algo" es invisible es, naturalmente, obvio. En caso contrario habría tenido que ser creado o producido, y es precisamente esto lo que no puede de ninguna manera tener lugar. Porque si hubiera sido creado tendría que ser análogo a los efectos que, a su vez, son movimiento. Y entonces habríamos sucumbido a la tontería de considerar nuestro propio ente o yo como sinónimo de este movimiento o estos efectos. En otras palabras, la conclusión de esto tendría que ser que nos reconoceríamos a nosotros mismos como fenómenos muertos, lo cual sería lo mismo que una proclamación indirecta de que, en resumidas cuentas, no existimos en absoluto. Y entonces estaríamos en la misma onda mental que el investigador de hoy con una actitud materialista que niega lo que no ha sido creado y, por consiguiente, la existencia del ente o yo eterno. Este investigador se encuentra, así pues, en la extraña situación de que al negar la existencia de una cosa, esta cosa se convierte en un hecho lleno de vida. La negación revela precisamente desencadenamiento de voluntad, el desencadenamiento de voluntad revela, de nuevo, un punto de vista, un punto de vista revela pensamiento, y no se puede negar que pensamiento es la prueba más importante que la vida da de su propia existencia. Cuanto más vocifera el negador su negación, más afirma su identidad de "ser vivo" o la soberanía de su yo como "la primera causa" de la vida con existencia eterna. Que, vociferando una afirmación del problema, demuestra en el mismo grado la identidad de su yo eterno, es algo natural. Pero esto no es tan curioso. Que lo que el ser manifieste sea una afirmación o una negación es en este caso totalmente indiferente. Porque ambos fenómenos son pruebas igual de grandes de desencadenamiento de voluntad, de puntos de vista y de pensamiento y, por consiguiente, aparecen como el signo distintivo e inalterable del "algo" o yo eterno de los seres en cuestión.


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