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Por qué el eje de la Tierra no puede de manera repentina volver a su lugar normal. Las guerras y mutilaciones ocasionadas por el hombre en el organismo de la Tierra sólo constituyen una crisis interior en la conciencia del yo de la Tierra, que da lugar al comienzo del "gran nacimiento" y que en la Biblia es anunciada como "Día de juicio final". El juicio del último día. "El nuevo cielo y la nueva Tierra"   667. Como todo fenómeno por sí mismo sólo constituye un ritmo que tiene que ser sucedido por otro ritmo, lo cual en realidad, tal como hemos visto, es lo mismo que una "estación del año" de un ciclo, que tiene que sucederse por una nueva "estación", todo es en sí mismo un ciclo o algo de un ciclo. Del mismo modo, la condición anormal del eje de la Tierra también es un ritmo o "estación del año" de uno de los ciclos de su destino y será sucedido por un nuevo ritmo o "estación del año" de este ciclo. Sin embargo, no hay que esperar que el organismo de la Tierra en la actual encarnación física de su yo sufra un choque tan violento que su eje repentinamente sea devuelto a su posición normal en su órbita alrededor del sol. Por lo que respecta a la Tierra, una catástrofe así de gigantesca ya no puede tener lugar. Si el eje de la Tierra, en resumidas cuentas, pudiera volver a su posición vertical en la órbita planetaria, esto sólo podría tener lugar de un modo casi imperceptible para los microseres, de un modo que tomaría millones y millones de años. Su invalidez es, así pues, crónica. Pero como la invalidez no ha sido tan grande que haya impedido que sus microseres humanos hayan podido eliminar de manera artificial sus consecuencias y, al mismo tiempo, tengan materiales suficientes tal como electricidad, combustible, material de construcción, etc. para seguir creando una protección contra sus consecuencias de manera que, incluso una "verdadera" forma de existencia "humana" pueda posteriormente ser posible, un repentino desplazamiento de su eje no es necesario. Es más, hasta sería una especie de "operación" muy peligrosa que fácilmente podría traer consigo una forma de invalidez totalmente nueva y todavía más peligrosa. Y esta invalidez sería mucho más peligrosa, puesto que no sólo sería una lesión física muy grande para los microseres de la Tierra, sino que también sería un destacado debilitamiento intelectual o mental para este ser, dado que todos sus microindividuos humanos juntos constituyen su órgano más noble o importante para su mentalidad física, es más, son la sede misma de su conciencia diurna, y estos seres ahora se encuentran, en gran medida, en todas las partes del globo terrestre con excepción de las zonas de los polos que, claro está, no pertenecen a sus partes animales o más nobles, sino que, por el contrario, pertenecen a las regiones de su esqueleto o cartílagos. Un desplazamiento repentino y, por consiguiente, violento o brutal de su eje llevaría inevitablemente consigo unas consecuencias tan catastróficas que no sólo las formas de vida de todo un continente tendrían que perecer, sino que también sería un hecho la destrucción de todos los centros de civilización humana. Tormentas violentas, terremotos y catástrofes, debidas entre otras cosas a las regiones de hielo junto a los polos que se derretían, esparcirían muerte, horror y destrucción sobre otros continentes. Las fuerzas de la civilización o los gérmenes de una futura cultura mundial humana superior, que ahora se han desarrollado, desaparecerían en este cataclismo. Una humanidad totalmente distinta e inferior tendría de allí en adelante que encarnarse en la Tierra. No habría ninguna condición para una continuación gradual siguiendo una vía evolutiva como la vía a la que su actual humanidad está sometida. Al volver su eje a su posición normal, la Tierra sin duda tendría una relación perfecta con el sol, por lo cual sus estaciones del año, ricas en contrastes, casi habrían desaparecido y, con ello, una especie de estado paradisíaco haría de nuevo su entrada en sus continentes; pero unas condiciones de vida tan paradisíacas sólo serían adecuadas para habitantes primitivos de las paradisíacas islas de la Polinesia. Y si el globo terrestre tuviera que poblarse con tales seres, esto significaría un retroceso. Estos seres no estarían a la altura de la mentalidad media de la humanidad que ahora puebla la Tierra y, además, no podrían alcanzar esta mentalidad debido a que el eje de la Tierra estaría en su lugar perfecto en el sistema. Así pues, sería un hecho que el ser-globo terrestre se había convertido, tanto física como mentalmente, en un ser más inferior que antes tras el cambio de su eje.
      Pero que a un ser repentinamente se le pudieran quitar las experiencias, los talentos y las facultades que había adquirido, y que el ser tuviera, de hecho, que encontrarse en un estado como si nunca hubiera hecho estas experiencias ni hubiera tenido estos talentos y estas facultades, sería como si todo esto hubiera sido inútil. La experimentación de la modificación del eje por el yo de todo el globo terrestre habría sido ilógica, es decir, un estado que es imposible en el universo. La vuelta a la posición original por el globo terrestre se muestra aquí como absolutamente imposible.
      Naturalmente, también se puede acentuar que la Tierra, al volver su eje a su lugar normal, ofrecería condiciones para la encarnación en su organismo de una humanidad acabada o verdadera. Y, naturalmente, podría hacerlo, pero entonces, ¿qué pasaría con la humanidad? Esta humanidad se ha acostumbrado, tanto física como mentalmente, a pensar, actuar y relacionarse con esta base de vida que ella misma ha desarrollado de manera artificial y, por medio de ella, ya ha avanzado tanto en la evolución de una mentalidad pura y humana, es decir, humanitaria y amorosa, que una catástrofe tan violenta como la que una "repentina" modificación de su eje llevaría consigo no podría dejar de afectar a los hombres que hace ya mucho tiempo han dejado atrás un destino así. Pero como ningún ser puede ser expuesto a un destino que ha dejado atrás, "la repentina" vuelta del eje de la Tierra a su lugar es, tal como ya hemos dicho, imposible. Cada estadio evolutivo tiene unos límites con respecto al destino. Un ser que se encuentra en "el mundo divino" no puede ser afectado por una desgracia física, del mismo modo que un ser que forma parte de la zona de asesinatos y mutilaciones físicas no puede ser cubierto por "el espíritu santo" o "conciencia cósmica". Cada estado de conciencia es, claro está, un estadio o peldaño entre dos polos opuestos: amor y odio. Cuanto más cerca uno se encuentra del polo del odio, menor es la experimentación de amor. Y cuanto más cerca uno se encuentra del polo del amor, más difícil es experimentar los efectos del odio. Por efectos del odio se entiende aquí no sólo todo lo que forma parte de las guerras, las persecuciones, las discordias que tienen lugar entre los hombres, sino también todos los otros tipos de fenómenos mortíferos y funestos tales como catástrofes naturales, terremotos, ciclones y huracanes y, así mismo, las gigantescas catástrofes que una vez ocasionaron el actual grado de inclinación del eje de la Tierra. Y, tal como hemos dicho, estas últimas catástrofes son las que no pueden afectar a la Tierra, dado que representan un grado de naturaleza mortífera que está demasiado cerca del polo del odio para poder desplegarse en la zona en que se encuentran las partes más nobles del organismo de la Tierra o sus microseres más importantes, los hombres terrenos. Aquí todavía hay, ciertamente, guerra y procesos mutiladores originados por estos seres, pero estos fenómenos no son de por sí tan grandes que lleguen a ser catastróficos para el organismo de la Tierra. Al contrario, desde esta perspectiva o desde la conciencia del organismo de la Tierra misma sólo se pueden considerar como detalles de una crisis inofensiva, una crisis que todos los seres tienen normalmente que atravesar en la incipiente experimentación del "gran nacimiento", experimentación en que la Tierra, como se ha indicado en otro lugar de "Livets Bog", está siendo envuelta. En este estado de experimentación, se puede decir que las catástrofes gigantescas son imposibles. Ondas de destino de regreso tan drásticas no pueden asociarse con el estadio de amor que los microseres más nobles del organismo de la Tierra manifiestan. Aquí, una catástrofe de este tipo iría contra todas las leyes de la naturaleza, es más, avergonzaría a la lógica del universo que se presenta en su culminación. La Tierra en una situación así, en que los acontecimientos la llevasen a las gigantescas catástrofes citadas, quizá tendría suerte y recuperaría de nuevo su salud con respecto a la inclinación de su eje, y vería desaparecer la invalidez física relacionada con esta inclinación; pero como los microseres humanos con el actual estándar de civilización y cultura no podrían en adelante encontrar condiciones para su despliegue y, de este modo, tendrían que cesar de encarnarse en el globo terrestre, y seres paradisíacos, pero no inteligentes, tendrían que tomar su lugar, el organismo de la Tierra se vería así empobrecido. Como el hombre terreno es, en muy alto grado, la sede de las fuerzas mentales del organismo de la Tierra, este empobrecimiento sería, de modo correspondiente, de naturaleza mental. Pero un empobrecimiento mental sería lo mismo que una nueva invalidez. La Tierra tendría, en vez de su actual invalidez física, una invalidez mental. Y esto es lo contrario de lo que se le ha prometido.
      Es cierto que se le ha anunciado que en sus "últimos días" tendrá lugar la culminación de las desgracias y los sufrimientos, en los que "el Diablo" se enfurecerá con toda su fuerza, y que su atmósfera mental será "llanto y rechinar de dientes"; pero el conjunto de todos estos fenómenos no es para el organismo y la mentalidad del yo del globo terrestre nada más que la mencionada crisis interior normal, que tiene que tener lugar en la mentalidad del individuo, antes de que "el espíritu santo" o "el gran nacimiento" tome posesión de él. Esta crisis también se expresa en la Biblia como "Día de juicio final". Para el yo de la conciencia de la Tierra "El día de juicio final" no significa la creación de una nueva mutilación o invalidez en su organismo, sino al contrario un ajuste de cuentas consigo mismo, un juicio interior de la naturaleza de su ser en beneficio de una nueva y futura forma de vida modificada de una manera positiva, tanto física como mentalmente. Esta nueva forma de vida mental y física es la que también se expresa en la Biblia como el futuro "cielo nuevo" y la futura "Tierra nueva". El yo de la Tierra, por medio de su crisis, por medio del ajuste de cuentas consigo mismo, está, de este modo, en condiciones de reconocer su estado de conciencia como menos perfecto y, en virtud de este reconocimiento, estimar que él mismo tiene que crear para sus microindividuos una existencia futura más feliz, más perfecta y, por consiguiente, más amorosa. Esto es lo último que "el hijo pródigo" reconoce, es su última decisión, su última voluntad. Esto es lo que se convierte en el resultado final de cada gran crisis interior superior. Esto es lo que se manifiesta en la conciencia de Jesús en Getsemaní cuando dice: "Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya". Este es, pues, "el juicio del último día", su resultado y culminación. Luego el camino se dirige exclusivamente al Padre cuya cercanía es "el nuevo cielo" y "la nueva Tierra", y cuyo abrazo es el amor que, a su vez, es luz, felicidad y bienaventuranza.


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