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El principio invierno del ciclo del año y la infancia del ser   643. Como los mismos cuatro principios se repiten en cada ciclo de la conciencia, los encontraremos presentes en toda nuestra experimentación de la vida. Nuestra vida física, desde la concepción hasta la presunta "muerte", es también un ciclo y constituye una especie de "año cósmico". En este "año" la estación "invierno" puede considerarse como el estado en que el ser se encuentra desde su concepción hasta la edad física en que es tanto adulto como niño. Su "equinoccio de primavera" se encuentra aquí. Este periodo de la vida del ser, que en lenguaje común se conoce como su "infancia", es idéntico al "principio invierno" del ciclo de espiral. El conocimiento y la actividad que el yo manifiesta aquí son todavía bastante primitivos y dependientes y sólo expresan la forma de vida elemental que corresponde al "invierno" del ciclo de espiral. Aquí el ser todavía vive en gran medida en un mundo interior. Es más, en su primer periodo de vida en el mundo físico puede, incluso, tener algo de la atmósfera del "reino de la bienaventuranza" o de la "zona de otoño" cósmico. Este resplandor celestial es lo que hace que todos "los hijos" de los seres físicos vivos sean tan encantadoramente "candorosos" y, por consiguiente, apelen de modo correspondiente a nuestra protección y nuestras caricias. Lo mismo sucede cuando uno se encuentra ante corderitos o pequeños tigres, si uno no se encuentra directamente en un estadio en que matar todavía es un deporte. Sobre los seres que se encuentran en su tierna infancia habrá siempre una atmósfera que ha desparecido en los seres adultos. No hace falta tener talento cósmico para ver que esta atmósfera tiene algo de "bienaventurada", "paradisíaca" o "sobrenatural". Este "algo" "bienaventurado" o "celestial" es lo que rápidamente inspira a todo hombre civilizado humano o evolucionado a sentir una profunda simpatía por estos "seres pequeñitos" o a sentir un deseo de amarlos. Y el redentor del mundo aludía a este candor cuando dijo: "... si no os hacéis otra vez semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos". "Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo estorbéis, porque de los que se asemejan a ellos es el reino de los cielos". En estas palabras hay un conocimiento mucho mayor que el que el hombre al comienzo sospechó. Revelan un conocimiento científico sobre la atmósfera sobrenatural que, como una fuerza protectora, acompaña al ser de camino hacia el mundo de la oscuridad, le da calor y lo ilumina en la primera parte de su paso por el frío desierto del reino animal u oscuro reino del principio mortífero.
      Pero esta atmósfera es la misma atmósfera divina o "resplandor otoñal" celestial que resplandece y centellea a través de los fenómenos del reino vegetal y mineral (véase el apartado 183 del volumen 1 de "Livets Bog"). Estos fenómenos también son, en mayor o menor grado, "hijos" en el ciclo, es decir, tiernos e incipientes factores del "año cósmico". El estadio infantil del ser vivo corresponde, así pues, al invierno del año físico. Sus manifestaciones son, en este estadio, la incipiente e imperfecta vida del invierno.


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