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Los recuerdos de vidas anteriores y su importancia para la percepción actual del individuo  634. Pero en virtud de las muchas experiencias de sufrimiento que el ser ha hecho a través de las vidas terrenas, ha adquirido una correspondiente facultad nueva. Esta facultad es lo que llamamos "imaginación". Dicha facultad se basa o apoya, a su vez, exclusivamente en "recuerdos" de vidas terrenas o existencias anteriores. Y "los recuerdos" que, de este modo, han dejado las huellas más profundas en la conciencia o imaginación del ser son, naturalmente, los de los sufrimientos o tormentos que ha padecido. Pero "los recuerdos" de esto se diferencian de los recuerdos de su vida actual por el hecho de que mientras éstos principalmente se manifiestan en la conciencia diurna con detalles totalmente reales, esto falta totalmente en los "recuerdos" de vidas terrenas anteriores.
      ¿Qué queda entonces en la conciencia de estos "recuerdos" del pasado lejano de este ser? Lo que queda es una "facultad de reconocer". El gran papel que los recuerdos desempeñan en la percepción del individuo es, como ya sabemos, el de poner al individuo en condiciones de "reconocer". En toda forma de percepción se puede observar lo importante que es el papel que juega esta "facultad de reconocer". Si uno se encuentra frente a una experiencia con respecto a la cual no conoce ningún precedente, califica a lo experimentado en tal situación de "algo nuevo". Frente a esto "nuevo", la comprensión corresponderá al grado de precedentes de naturaleza semejante que se tengan en la conciencia. Y se especulará sobre lo que esto puede ser. Pero esta especulación sólo es, precisamente, una movilización del propio material de recuerdos.
      Si en este material uno encuentra algunos recuerdos cuyos detalles son análogos a algunos de los detalles de lo nuevo con lo que se enfrenta, comprenderá automáticamente estos detalles, mientras que no comprenderá los detalles para los que no pueda encontrar analogías en su conciencia. La solución del enigma sólo puede encontrarse por medio de una investigación puramente práctica por la que uno adquiere conocimiento de la naturaleza y campo de acción de los detalles desconocidos. Este nuevo conocimiento se convierte entonces en "recuerdos" por medio de los cuales uno puede reconocer la misma situación en un nuevo encuentro sin tener que repetir la investigación puramente práctica. Cuando vemos un tren, no necesitamos naturalmente hacer en seguida una investigación para constatar que verdaderamente es un tren. Nuestra facultad de reconocer en este campo es tan fuerte, que el simple ruido del tren es suficiente para que, en virtud de él, sepamos inmediatamente lo que tenemos frente a nosotros. Pero si nos imaginamos que un pigmeo del interior de las selvas vírgenes de África se encontrase de pronto frente a un producto cultural tal, el fenómeno sería totalmente incomprensible para él. El caso es que no ha vivido ningún precedente a la situación que para él es nueva. Sólo cuando se haya familiarizado con la naturaleza y objetivo del tren habrá adquirido las experiencias o "recuerdos" con que podrá reconocer el tren si se lo encuentra de nuevo. Sí, los recuerdos le dan, incluso, una dilatación tal del campo de percepción que ni siquiera se requiere que el tren tenga exactamente los mismos detalles o la misma construcción para ser reconocido como un tren. Lo mismo es válido para nosotros mismos. Si un día vemos una larga hilera de fenómenos parecidos a vagones acoplados avanzar por una línea o camino férreo, es más, incluso no es necesario que haya raíles en esta vía, y el tren puede carecer de locomotora con chimenea y humo, nuestros "recuerdos" del tren de vapor nos darán, sin embargo, una representación bastante segura de que lo que encontramos en la nueva situación se trata de un tipo u otro de tren. Pero tal como sucede con la experiencia del tren, así también sucede con todos los otros fenómenos que tienen lugar al experimentar la vida. En relación con un fenómeno, lo que guardamos en nuestro recuerdo, como un medio para reconocer un nuevo encuentro con el mismo fenómeno, no son tanto los detalles exteriores concretos como el principio o esencia tras los detalles. Por lo tanto, el fenómeno puede hasta cierto punto haber cambiado, y sin embargo lo reconoceremos tal como estábamos en condiciones de hacerlo con respecto al tren. Un hombre civilizado distingue fácilmente entre un producto humano y los fenómenos de la naturaleza, aunque naturalmente no siempre puede tener una idea de la naturaleza o misión especial del producto.


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