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El ciclo. El hambre y la saciedad como factores reguladores del ciclo. La vida terrena de un ser también es un ciclo  604. Este "ciclo" se experimenta por el ser vivo como un movimiento de manifestación a manifestación. El móvil más profundo de este movimiento es "el deseo primario". Este es, por naturaleza, automático, pero se propaga llegando hasta la subconciencia del ser vivo y se experimenta en su "conciencia diurna" como idéntico al deseo consciente común arraigado en la voluntad. Este deseo se percibe, a su vez, como una atracción entre el yo y las sustancias o materias de actualidad para su manifestación, tal como comida y bebida, ropa, alojamiento y vivienda, dinero, etc. El apetito sexual también forma, naturalmente, parte de esto. La regulación de estos deseos tiene lugar de manera totalmente automática. Aquí está en vigor el mismo principio que se hace valer cuando se echa agua en una vasija. Cuando la vasija está llena no se la puede llenar más. Cuando el ser, por medio de su deseo, ha atraído la cantidad de materia deseada que puede contener en la zona de su conciencia en el campo en cuestión, entonces el deseo cesa automáticamente hasta que se ha usado esta materia y en este mismo campo hay de nuevo sitio para nueva materia. Este fenómeno es bien conocido por el hombre terreno con los conceptos "hambre" y "saciedad". Cuando el estómago está lleno, no puede contener nada más, y el ser ha satisfecho su deseo de comida hasta que de nuevo hay sitio en el estómago.
      Pero de la misma manera que sucede con el estómago, así sucede también con todas las otras partes de la manifestación del ser. Ésta se compone exclusivamente del principio "hambre" y "saciedad". La falta o añoranza de la materia de actualidad se percibe como "hambre", y cuando hay sobreabundancia de ésta o se está en posesión de la cantidad necesaria, esto se percibe como "saciedad". Esto es válido tanto en la zona psíquica como en la zona física. Este proceso de deseo y saciedad es el motor y el regulador de toda manifestación. Y este principio también tiene una zona que se prolonga mucho más allá del "hambre" y "la saciedad" normal de cada día. Como se desprende de lo que antecede, la saciedad está en vigor hasta que la sustancia ha sido digerida o usada, después de lo cual "el hambre" o deseo comienza de nuevo. Pero cada vez que el individuo ha experimentado una "saciedad", la nueva "hambre" se hace más fuerte que la antecedente hasta un cierto momento. Entonces el principio se invierte, y "el hambre" del ser se debilita cada vez que tiene lugar una nueva "saciedad", para finalmente cesar en el campo en cuestión, es más, incluso puede desencadenar un rechazo. Esto tiene con frecuencia lugar, de una manera especialmente clara, en el campo de la alimentación del ser. Un "plato favorito" se ha convertido raramente en "plato favorito" la primera vez, sino después de que el individuo en cuestión se ha "acostumbrado" a él, es decir, después de varias saciedades se ha convertido en el alimento especialmente deseado o saboreado. Pero con esto el deseo o hambre también ha culminado. Por cada saciedad que ahora tenga lugar, la consiguiente hambre del "plato favorito" respectivo disminuye cada vez más. Y un buen día tendrá que ceder su sitio al hambre de otro plato que poco a poco se habrá convertido en "plato favorito".
      Este principio también se hace valer con respecto a los alimentos y bebidas anormales: alcohol, tabaco, etc. Al principio el individuo rechaza directamente estos fenómenos. Pero por medio de un débil deseo, basado en "la costumbre" y "el uso", "la moda" o "la vanidad", afronta su rechazo natural, que en realidad es su protección, de las sustancias nefastas y se obliga a disfrutarlas. Tras cada pequeño disfrute o "saciedad" crece el deseo de ellas y las hace, por decirlo así, algo especial, algo extraordinario, sí, "platos favoritos" directamente imprescindibles.
      Pero aquí también llega, tarde o temprano, la culminación cuando el organismo está totalmente destrozado, se ha convertido en un cadáver ambulante. En lo más profundo de la conciencia de un ser así surge entonces el deseo de una liberación de este vicio que le da asco. Pero este sentimiento de asco que tiene el ser ante el vicio es, en realidad, su creciente "saciedad" de él, a pesar de que todavía se enfurece en su organismo físico como un deseo inextinguible. Pero este asco, es decir, esta "saciedad" crece cada vez que el ser ha cometido excesos y todavía ha llegado más al fondo de la miseria e inevitablemente, a través de las vidas terrenas, disolverá el deseo demoledor que el ser tiene y lo llevará de nuevo a un deseo nuevo pero más normal. Un periodo así de hambre y saciedad es lo mismo que el principio general de un "ciclo". Es el principio básico que hay en toda experimentación de la vida. Una experiencia, sea la que sea, no es ninguna experiencia total consumada matemáticamente si no muestra un periodo correspondiente de hambre y saciedad. Esto no tiene sólo, naturalmente, lugar con respecto a la alimentación diaria, sino que es absolutamente válido para todo lo que está al alcance de la percepción. Todo es un "ciclo". La vida de un ser, desde el nacimiento hasta que muere de viejo, es un ciclo natural, es un periodo que se balancea entre el hambre y la saciedad. Se basa en un "hambre" de existencia física y una "saciedad" de la misma existencia. Pero aquí también es, naturalmente, válido el hecho de que a cada "saciedad" de una existencia física así, le sucederá un deseo o "hambre" todavía más fuerte de una nueva "saciedad", y así sucesivamente hasta que se haya alcanzado la culminación de "la saciedad" de la existencia física. Entonces el deseo o "hambre" de una nueva "saciedad" (cada nueva vida física) disminuye, y la existencia física no sigue siendo "el plato" espiritual "ideal" del ser vivo. Éste comienza a desear otra forma de existencia, un contraste o lo contrario de esto. La naturaleza de la saciedad es, precisamente, crear deseo de lo contrario. Todos anhelan lo contrario a aquello de que están saciados o que tienen en abundancia.


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