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Los dos "algo", "la facultad creadora" y "lo creado" como idénticos al "algo n.º 1". Una corroboración de la vieja frase "En él vivimos, nos movemos y somos"  540. Pero aunque todo lo que es visible o perceptible no sea lo que parece ser, sino que, según su análisis más profundo, es idéntico a "algo n.º 1", queda sin embargo el hecho de que "las ilusiones" existen. "El algo n.º 1" tiene la facultad de producir o crear, no realidades absolutas, sino "ilusiones".
      ¿Por qué entonces la creación del "algo divino" sólo puede, de este modo, ser o convertirse exclusivamente en "ilusiones"? La respuesta es más sencilla de lo que quizá uno esté inclinado a pensar. El caso es que el único material que el mencionado "creador" tiene para crear no es otra cosa que él mismo, su propio ser. Para crear realidades absolutas tendría que aniquilar su propio ser absoluto (algo n.º 1). Pero como es imposible que "algo" se convierta en "nada", esto no puede ser. Cuando un "algo n.º 1" crea, no obstante, un "algo n.º 3", uno de los dos "algo" tiene que ser ilusorio. Como en el análisis "el algo n.º 1" tiene que preceder al "algo n.º 3", el primer algo es el verdadero y "el algo n.º 3" es el irreal. Si no fuese así, al "algo n.º 1" le sería imposible erigirse en señor del "algo n.º 3". Y sin esta facultad su existencia como ser vivo sería imposible. Si "el algo n.º 3" fuese igual de real que "el algo n.º 1", estas dos realidades formarían un equilibrio inconmovible que sería eternamente un punto muerto, tras lo cual una muerte eterna y, por consiguiente, una "nada" eterna dominarían donde ahora se revela el universo. Si "el algo n.º 3" fuese totalmente igual al "algo n.º 1", el principio del contraste y, con él, la percepción serían imposibles. Porque este principio tiene, precisamente, en su incipiente origen la misma subordinación que caracteriza "el algo n.º 3". Que "el algo n.º 3" está en realidad subordinado al "algo n.º 1" se hace evidente por el hecho de su identidad como "movimiento" y por lo que llamamos "mutabilidad", que es el resultado inevitable de este movimiento. El movimiento es en todas las formas y estados existentes el resultado de una causa y, por esto, se convierte inevitablemente en "algo que está subordinado a otro algo". Como este otro "algo" sólo puede ser un "algo n.º 1", este último algo se convierte, de este modo, en el señor y el origen de las cosas. Esta identidad suya tan alta se apoya exclusivamente en la circunstancia de que "el algo n.º 3" es en sí una serie de ilusiones.
      Pero como las ilusiones existen, "el algo n.º 3", que es el mundo de las ilusiones, constituye una especie de realidad, pero no con forma, hechura, volumen o, resumiendo, con algo que es accesible para los sentidos, ya que un "algo" así sólo puede existir como un "infinito limitado" y, con ello, revela la limitación como ilusión. Lo único absoluto o real que se le puede atribuir al mundo de las ilusiones no podría expresarse por medio de ningún detalle obtenido por la percepción. Y el análisis cósmico de este mundo se convierte inevitablemente en un análisis que da como resultado "un algo que es". Pero como este análisis es precisamente idéntico al análisis del "algo n.º 1", entonces vemos aquí como un hecho que "el algo n.º 1" y "el algo n.º 3" son idénticos. Constituyen, así pues, una unidad con dos análisis. Pero la identidad de estos dos análisis como hecho hace, tal como hemos dicho, de la presencia de un "tercer algo" un hecho, a saber, "el algo" que es la base de que al "algo n.º 1" se le adjudique el análisis "algo n.º 3". Así se convierte en un hecho que "el algo n.º 1" se experimenta a sí mismo como "algo n.º 3". A esta facultad de experimentar revelada aquí ya la conocemos como "la facultad creadora" o "X2".
      Pero esta facultad creadora no puede ser una "cosa creada" porque entonces su origen (X1) habría tenido una existencia precedente, en la que no tenía ninguna facultad creadora, antes del nacimiento de dicha facultad. Y sin ninguna facultad creadora no podía crear una facultad tal. Por consiguiente, esta facultad se manifiesta aquí, así mismo como hecho, como una realidad eterna. Pero, como es una realidad eterna, no tiene ningún comienzo ni final y, con ello, revela lo infinito o ilimitado. Su perceptibilidad como "facultad creadora" es, de este modo, una ilusión. Pero la existencia de esta ilusión es una realidad absoluta. El único análisis justo que, cósmicamente, esta realidad podrá tener es precisamente el de "un algo que es", es decir, exactamente el mismo análisis que el análisis con que aparece "el algo n.º 1". Y con esto hemos confirmado de nuevo que lo único absoluto que existe es "el algo n.º 1" o "el algo divino". Las dos otras formas de "algo" se muestran, ciertamente, como constituyendo "la facultad creadora" y "lo creado", pero precisamente son estas dos formas de mostrarse las que son ilusorias, ya que su identidad como constituyendo simultáneamente "el algo n.º 1" no puede reducirse a la nada. En su análisis supremo o último y, por consiguiente, único y absoluto de "un algo que es" y de los tres "algo" constituyen de manera inalterable esta realidad única y, según su análisis supremo, sin nombre. La expresión "un algo que es" cubre, así pues, el análisis absolutamente supremo o primero del universo. Es el primer resultado real o absoluto del investigador cósmico. Cubre tanto el análisis supremo de su propia identidad como del universo. Y, con la verdadera experiencia de esta realidad y la consiguiente comprensión perfecta de este primer análisis de la vida, se ha creado la base para su propia experimentación de la inmortalidad, y la visión de su propia existencia absoluta y eterna ha comenzado a abrirse camino hacia su conciencia diurna despierta.
      Cada ser vivo existente, lo mismo que cada cosa existente, constituye así pues, en su análisis supremo, un "algo que es" sin nombre. Y en ningún otro análisis se ve más claro ni se confirma en mayor grado que la Divinidad está presente en todo y en todos que en este análisis. Y la vieja frase "En Él vivimos, nos movemos y somos" es corroborada aquí de un modo que no da lugar a dudas.


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