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Una breve mirada retrospectiva a la estructura de los seres vivos. El yo puede crearse eternamente nuevos cuerpos por medio de su supraconciencia. Por qué el ser a veces desea la muerte y se suicida  528. Regresemos al yo del ser vivo (X1). En sí mismo carece totalmente de la facultad de hacerse visible o manifestarse. Por esto encierra, tal como ya sabemos, dentro de sí otro principio, es decir, "la facultad creadora" (X2). Esta facultad creadora se basa en un órgano principal que se encuentra en la séptima energía básica, "la energía materna". Este órgano es "el elemento de destino", en el cual "los núcleos de talentos" tienen su asiento. Tal como hemos mencionado anteriormente, este órgano, en relación con el yo, constituye "la supraconciencia". Esta parte del ser vivo constituye "la autoridad suprema" de la conducta del ser en cuestión. Por medio del "elemento de destino" y "los núcleos de talentos", que se le suman, se desarrolla la primera incipiente forma de despliegue de "deseo" y la consiguiente "atracción" y "repulsión". "La facultad de desear" tiene, así pues, su asiento en la propia "supraconciencia" y es una función permanente de ésta.
      Que esta función pueda tener lugar se debe a una tercera realidad, a la que anteriormente hemos dado el nombre de "subconciencia" (X3). "La subconciencia" consta, a su vez, de seis órganos de vida o cuerpos. Uno de estos órganos está constituido por el cuerpo físico del ser. Los otros cinco cuerpos u órganos son, en gran medida, desconocidos por el hombre terreno. Pero estos cuerpos no son menos activos o menos reales por esta razón. Al contrario, el ser vivo disfruta en muy alto grado de los resultados de su actividad por medio de estos cuerpos, del mismo modo que "el animal" disfruta bien de las funciones de sus órganos físicos internos: circulación de la sangre, respiración, funcionamiento glandular, digestión, etc. sin tener ningún conocimiento cerebral en absoluto de estos fenómenos. Aquí el ser reposa confiadamente en las funciones automáticas o "conocimiento-C" que ha heredado. Lo mismo sucede con el hombre terreno. También reposa con mucha confianza en una inmensidad de funciones corporales sobre las que no tiene ningún conocimiento cerebral en absoluto. Estas funciones son la actividad que tiene lugar por medio de los cinco cuerpos que posee además del físico. A través de cada uno de estos "cuerpos de la subconciencia" el yo está en condiciones de poder relacionarse con las correspondientes seis grandes energías básicas de la existencia: instinto, peso, sentimiento, etc., o de servirse de ellas. De este modo, tiene un cuerpo para cada energía básica. Como estos cuerpos están construidos de "materia" o "sustancia" son perecederos, igual que todas las otras "cosas creadas". Pero la facultad de renovar estos cuerpos es eterna. Por consiguiente, el yo, por medio de su supraconciencia, donde dicha facultad reside, puede crear eternamente nuevos cuerpos por cada uno de los cuerpos viejos que perece o se desgasta.
      La función natural del ser vivo o construcción de la vida será en realidad, a causa de ello, una continua construcción y un mantenimiento continuo de los órganos o cuerpos que tiene que usar para la manifestación de existencia. A esta eterna renovación de estos órganos o cuerpos la conocemos en la vida cotidiana con el nombre de "reencarnación". Con respecto a los detalles concretos de este proceso de renovación del cuerpo, el hombre terreno sólo conoce la parte que tiene lugar en la esfera física, es decir, la existencia del cuerpo físico desde la concepción en el vientre de la madre hasta el proceso de disolución en la tumba tras la muerte. Como este conocimiento sólo abarca, en realidad, una parte muy pequeña de la totalidad del propio proceso de renovación, es más, casi puede decirse que es microscópico, el hombre terreno, o el ser que todavía no tiene "conciencia cósmica", no tiene ninguna visión de conjunto fundamental sobre lo que en realidad tiene lugar. Y por ello es víctima de la superstición de que la única vida física que vive corresponde al tiempo que dura su actual cuerpo físico. Cree que ha empezado su existencia con la concepción, o quizá más bien con su nacimiento físico, y que esta existencia terminará con la muerte. El hecho de que vive tras la muerte y experimenta la vida por medio de los otros órganos o cuerpos de que está dotado, y con ayuda de ellos puede construir un nuevo cuerpo para reemplazar el que ha perdido es algo que se mantiene fuera de la conciencia diurna de este ser. Entonces, no es tan extraño que tenga miedo a la muerte, o que poco a poco empiece a hacerse muchas ideas sobre la posibilidad de una existencia más allá de la física, y que la creencia en una existencia así pueda a veces ser muy fuerte. El ser no puede de ninguna manera continuar ignorando la realidad absoluta en que vive, y cuyas reacciones tiene que experimentar todos los días. Los efectos de la verdadera vida en que se encontraba antes de su actual nacimiento son demasiados patentes en su existencia actual, dicha vida contiene demasiadas soluciones a los enigmas de su destino actual para que poco a poco no deje de descubrirlas. Además, el eterno deseo de existencia y la consiguiente voluntad permanente de vivir será una seguridad o garantía para una correspondiente creación eterna de la vida deseada.
      Es cierto que hay seres humanos que se suicidan y, con ello, manifiestan hastío de vivir o deseo de morir, pero este deseo no es demasiado profundo. En realidad, lo esencial del deseo no es en ningún caso la verdadera muerte en sí, sino, al contrario, un contraste con respecto a lo que ha provocado el hastío de vivir. Así pues, el suicidio sólo es en realidad una especie de "huida" de esto. Una "huida" así o un deseo de huir no surge nunca en las situaciones en que todos los órganos vitales del ser funcionan normalmente, y su destino no está expuesto a estados extremos y drásticos. Cuando los seres desean la muerte, esto se debe siempre a un destino duro o desdichado. El ser puede ser objeto de innumerables enfermedades, problemas económicos, lucha contra vicios socavadores, persecución y calumnias por parte de sus semejantes, y de otras muchas molestias que dejan un correspondiente cansancio natural o un agotamiento de todos los órganos vitales, con lo cual surge de modo correspondiente el hastío de vivir. El hastío de vivir o deseo de suicidarse es, por consiguiente, una reacción frente al hecho de que la vida se ha experimentado de una manera extrema, es un deseo, consciente o no consciente, de descanso, y en su análisis más profundo no es ningún deseo absoluto de una muerte y aniquilación verdadera y nunca, en ningún caso en absoluto, puede llegar a serlo. La muerte es una cosa creada, que, a su vez, es un producto del yo, y sólo puede existir como tal. El yo, al contrario, nunca puede existir como un producto de la muerte. "El creador" no es un producto de "lo creado". "Lo creado" no es el señor del "creador", sino a la inversa.
      Tal como hemos dicho, la muerte sólo puede ser, de esta manera, un "método de creación" y, por lo tanto, sólo puede constituir una reacción en la sustancia del yo, no una reacción en el propio yo. El yo está, por consiguiente, por encima de la muerte, es eternamente inmortal.
      A medida que el ser se convierte en "consciente cósmicamente", esta inmortalidad suya se convierte cada vez más en un hecho para él mismo.


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