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El panorama cósmico del horizonte físico del hombre terreno, la presencia de la eternidad en "el instante presente"  486. Pero como cada fenómeno del tipo que llamamos "sustancia" o "materia" es una zona de vida, es un elemento para seres vivos, esto quiere decir que simplemente con nuestros sentidos físicos contemplamos variaciones inmensas de zonas de vida o esferas de existencia. La sustancia agua, leche, vino, pan, carne, sangre, madera, hierro, acero, bronce, carbón, diamantes u otras piedras preciosas, resumiendo, todo lo que de alguna manera conocemos con el nombre de sustancia o materia contiene, así pues, en sí un espacio para la vida o es un espacio de vida, lo cual quiere decir que es un espacio para la manifestación de seres vivos. A decir verdad, ¿qué variedad de "sustancias" no vemos un día de verano al aire libre? Solamente en la profusión de flores de un prado hay miríadas de espacios diversos de manifestación para que en ellos se manifiesten seres vivos. Cada pequeña flor, es más, cada pequeña zona de un determinado color de la flor es un espacio de vida, es un mundo en sí misma, es una vivienda que Dios ha dado para que en ella habiten seres vivos.
      ¿Y acaso no sucede lo mismo con las viviendas humanas? Acaso cada color en puertas y ventanas, en paredes y muebles, en techos y cimientos, en verjas y escaleras y cada estuco, cada tipo de piedra no son igualmente un mundo de por sí, un espacio vital o un campo de acción para seres vivos?
      ¿Qué se opina de los ondulantes campos de trigo, las praderas verdes, los serpenteantes caminos y las blancas carreteras, la tierra oscura, la arcilla azul y la arena amarilla? Estos fenómenos, ¿no constituyen acaso todos ellos diversas clases de sustancia? Imagínense cuantos océanos de mundos diversos de espacios de vida para seres vivos.
      Pero no es solamente al aire libre que el misterio del universo se le revela al investigador cósmico. Ya antes de que salga de su habitación, su propia porción de sustancia atraviesa miríadas de espacios de vida o elementos para seres vivos. De su alfombra, su escritorio, sus cuadros y sus marcos, su sofá y sillones, su librería y objetos de adorno, de las zonas de luz y de sombras de sus fotografías, de sus portieres y cortinas, es más, de su propia ropa y de los diversos colores y géneros de ésta, cada clase de sustancia concreta ilumina sus ojos azules o castaños, cuya sustancia también es espacio de vida para seres vivos, y le comunica que existen miríadas de mundos nuevos o zonas de existencia.
      ¿Has pensado alguna vez, querido lector, que por allí por donde hemos pasado hemos caminado por encima de residencias divinas, por viviendas de seres que son nuestros semejantes en la vida? Si no lo has pensado, detente aquí un momento. Porque aquí se ha abierto el cielo y tu panorama es inmenso. Miras directamente en la eternidad. Ves un horizonte extremadamente amplio. No se pueden encontrar sus fronteras, ni en el espacio ni en el tiempo. Ante tu vista hay un panorama divino con océanos de zonas de existencia ordenadas con una perspectiva perfecta. Allí, en medio del "momento presente" hay extensas zonas, espirales precedentes que tú hace tiempo has pasado y, debido a ello, claro está, se pierden hacia atrás en el lejano horizonte cósmico, en las blancas nieblas del micromundo, y allí, hay inmensas zonas gigantescas en enormes espirales hacia las que tu viaje celestial se dirigirá. Millones de encarnaciones pasadas y millones de encarnaciones futuras se encuentran actualmente ante tus ojos. A la luz de la perspectiva aparecen con mayor o menor claridad, con mayor o menor agudeza, formando parte en mayor o menor grado del macro o micromundo, según se encuentren cerca o lejos de tu propio puesto divino o punto de mira en el horizonte cósmico.
      Mira, este hermoso panorama eterno, que sobrepasa todos los mundos de fantasía, se ha manifestado a través de tu pequeño horizonte físico, estaba, ciertamente, presente en tu habitación, tu patio, tus campos, prados y bosques u otras cosas que tú eventualmente sueles llamar tuyas. Es más, aunque fueras un vagabundo harapiento, tus harapos desgastados contendrían mundos cósmicos en los que miríadas de seres podrían experimentar la vida. Tan inmensamente amplia y penetrante es la creación divina, la manifestación del Padre eterno a su hijo: que ni un cabello, ni una uña, es más, ni una mota de polvo puede existir sin ser un fragmento de cosmos con universos, metrópolis de soles y de estrellas e incluso con profusión de hermosos mundos animales luminosos, y así mismo como gran cantidad de mundos lunares oscuros y secos. Todo lo grande se encuentra en lo pequeño, del mismo modo que lo pequeño se encuentra en lo grande. Y para el que lo contempla un día es como mil años y mil años como un día, al mismo tiempo que el abrazo divino abarca todas las distancias, y las palabras del Nazareno se convierten en una verdad viva allí donde dice: "En la casa de mi Padre hay muchas mansiones".


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