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"La conciencia cósmica" forma un ciclo en el que crea "estaciones cósmicas", "días" y "noches", etc.  461. Tal como hemos visto aquí, "la conciencia cósmica" forma, de este modo, un ciclo. Esta conciencia tiene un estadio latente, a partir del cual va creciendo hacia una culminación para, desde ella, disminuir de nuevo hacia un estado latente, y moldea toda la experimentación de la vida que hace el ser con este ciclo suyo.
      Toda forma de despliegue de conciencia en este ser constituye, así pues, en realidad un estudio sobre "la conciencia cósmica" o representa una relación con respecto a ella. El ritmo o movimiento eterno de esta conciencia, desde un estadio latente hasta la culminación y de nuevo hacia un nuevo estadio latente y, a partir de aquí, otra vez hacia una nueva culminación y así continuando, es el fundamento de la experimentación de la vida, que los seres hacen, en forma de "espirales". Una "espiral" sólo está formada, claro está, por un fragmento de experimentación de la vida, en el cual "la conciencia cósmica" ha pasado uno solo de sus ciclos y representa tanto su estadio latente como su culminación en la existencia del ser vivo. Por lo tanto, esta existencia está formada exclusivamente por estos dos estados y por los estados ascendentes y descendentes o estadios intermedios.
      Todo ser vivo representa, por consiguiente, uno de estos estadios por medio del cual se revela el lugar especial que su forma de conciencia tiene en la espiral o en el ciclo de "la conciencia cósmica".
      El hecho de que los seres vivos, que en realidad son todos sin excepción seres cósmicos, sean hijos de Dios inmortales, sean todos juntos la misma Divinidad, se manifiesten tan sumamente distintos, como es el caso cuando algunos se manifiestan como ángeles, santos y cristos, y otros como "criminales", "malvados" o "diablos", se debe exclusivamente a la circunstancia de que están ligados a diversos estadios del ciclo de la "conciencia cósmica". La manifestación o forma de conciencia particular de cada ser concreto es una cifra determinada en "la esfera del reloj" de este ciclo. Por medio de ella podemos ver si el ser se encuentra en "el mediodía" o en "la medianoche", en "las horas matinales" o en "el atardecer" de "la conciencia cósmica", es decir, en su culminación y estadio latente o en sus estadios ascendentes y descendentes intermedios respectivamente. El ciclo de espiral es, por consiguiente, la más alta forma que los seres pueden experimentar del principio "día" y "noche". De la misma manera que un "día" normal de 24 horas está formado por día y noche, por un tiempo luminoso y un tiempo oscuro, el ciclo de "la conciencia cósmica" o espiral también está formado por un "tiempo luminoso" y un "tiempo oscuro". "El tiempo luminoso" o "día" está formado por los estadios de "conciencia cósmica" que van desde la culminación del "mundo divino" y a través del "reino de la bienaventuranza". Esta parte de la existencia del ser vivo constituye su "tiempo de mediodía".
      Los estadios de "conciencia cósmica" que pasan por "el reino vegetal" y llegan a la culminación de "la energía del peso" constituyen "las primeras horas de la tarde" cósmica o del "atardecer" cósmico del ser, mientras que los estadios de esta forma de conciencia que van desde la culminación de "la energía del peso" (la existencia del hombre terreno) y a través del "reino del sentimiento" (el verdadero reino humano) constituyen "el estado de medianoche" cósmica.
      Los estadios de "conciencia cósmica" que a partir de aquí siguen por "el reino de la sabiduría" y llegan a la culminación del "mundo divino" constituyen "las primeras horas de la mañana" y la "mañana" cósmica del ser vivo.
      Como las 24 horas del día corresponden, en realidad, a las diversas estaciones del año, "el día" cósmico de 24 horas que hemos visto aquí también corresponde, en principio, a todas las estaciones del año. La región del mediodía corresponderá, por lo tanto, al verano, las regiones de la primera hora de la tarde y de la tarde al otoño, mientras que las regiones de la medianoche y de las primeras horas de la mañana corresponderán al "invierno" y a "la primavera" cósmica del ser.
      Como se desprende del símbolo n.º 10, el hombre terreno se encuentra, de este modo, con respecto a esto en la zona de invierno y de la medianoche de la espiral, que, a su vez, es el estadio infantil de la propia "conciencia cósmica". La espiral constituye, así pues, un principio que fragmenta la existencia eterna del ser en "días" y "noches", "inviernos" y "veranos" cósmicos y, de esta manera, constituye él mismo un "año cósmico".


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