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La diferencia de años que tienen tras sí las tendencias humanas y las tendencias brutales de los seres, y su influencia en su vida diaria  454. Pero como, de este modo, el hombre terreno a través de una existencia de millones de años, que incluye su paso por el estado de las plantas carnívoras, su aparición como animal por los océanos y los continentes y, finalmente, su incipiente existencia humana, ha tenido la guerra como condición de vida absolutamente inevitable y, por consiguiente, como la más alta base moral, está claro que la influencia de millones de años de este modo de vida sobre la vida del pensamiento y la vida interior del individuo y sobre la creación de sus organismos ha dejado una huella tan profunda que no puede extirparse en un momento, ni aún con el sermón de la montaña bíblico cuyas hermosas palabras son lo más grande, lo más verdadero y, como consecuencia de ello, lo más importante que se puede decir en este mundo. Y la consecuencia tiene entonces que ser necesariamente el hecho, con el que el hombre terreno ya ha vivido muchas encarnaciones, de que este hombre constituye un ser en el que el milenario modo de vivir belicoso es la conciencia habitual dominante sólo refrenada por algunas pocas facultades todavía débiles o recién nacidas que se encaminan a crear un modo de vivir diametralmente opuesto, es decir, en dirección al humanitarismo o amor.
      Que este modo de vivir acaba de nacer no se puede negar ante el panorama evolutivo que tenemos delante de nosotros. Qué significa que el hombre pueda remontar las primeras débiles profecías o promesas sobre las primeras formas elementales del comienzo de este modo de vivir humano a algunos miles de años de este panorama, cuando el modo de vivir belicoso, asesino o por medio de la fuerza puede remontarse, en el cuadro genealógico universal de los seres, a su aparición como plantas carnívoras. El clima de pensamientos humanos, ya se muestre como budismo, cristianismo u otra forma de religiosidad humana, todavía es, en el inmenso cielo de este panorama de tiempo, como una pequeña estrella que acaba de nacer. Con otras palabras, la moral belicosa o las fuerzas belicosas del hombre terreno representan millones de años de la existencia terrena, mientras que la moral de paz o humanitarismo sólo representa miles de años de esta existencia. No tiene nada de extraño que la guerra todavía pueda seguir arrasando el mundo con una fuerza tan arrolladora, y que las tendencias humanas o disposición a la simpatía del hombre aún anden a tientas y sean tan débiles que en cada situación de guerra sean puestas totalmente fuera de juego por la conciencia habitual inmensamente superior, millonaria y belicosa, que automáticamente entra en funcionamiento en esa situación. Sólo sucede en muy pocos casos que un ser, igual que Cristo, se atreva a usar su disposición a la simpatía como defensa y dé la mejilla derecha cuando le pegan en la izquierda. Por regla general, las fuerzas animales millonarias del individuo son tan sumamente superiores y obran tan por rutina con respecto a las tendencias humanas mucho más nuevas, que, de hecho, el yo no tiene ninguna elección. Tiene, por consiguiente, dos armas para defenderse, una de ellas está constituida por las fuerzas homicidas o destructivas que actúan por hábito, y la otra por las débiles y recién nacidas o incipientes tendencias humanas e intelectuales de este panorama. Pero como estas últimas tendencias sólo representan unos pocos miles de años, todavía sólo constituyen "conocimiento-A" en una zona inmensamente grande de la mentalidad de la humanidad terrena, mientras las tendencias belicosas o de homicidio, con su tradición millonaria, hace tiempo que se han convertido en "conocimiento-C" por doquiera en toda la mentalidad de esta humanidad. Esto quiere decir que las tendencias belicosas todavía constituyen, en realidad, las disposiciones naturales innatas o heredadas del pasado de los seres, que automáticamente entran en función cuando los factores desencadenantes necesarios están presentes, totalmente independiente de que los seres lo quieran o no.
      Estas fuerzas belicosas congénitas se desencadenan de la forma más pura en los arrebatos que llamamos un "acceso de furia" o un "acceso de cólera". Tales arrebatos constituyen la culminación de la mentalidad animal. Por consiguiente, son una virtud en los estadios evolutivos en que son una necesidad vital para, entre otros, los seres que llamamos "fieras". Son una movilización automática de todos los talentos del ser para el homicidio o la destrucción a beneficio del vencimiento del adversario o la presa cuya derrota es para este ser una condición de vida. Cuanto mayor es la facultad del ser de movilizar estas fuerzas, que en este estadio son condición de vida, mayor es, de modo correspondiente, la facultad de imponerse en esta zona. Y, como ya hemos dicho, en este estadio este arrebato sólo puede, por consiguiente, ser una virtud.


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