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El creyente religioso, el científico que investiga la materia y las energías del "reino mineral"  412. ¿Pero dónde y cuándo se han convertido estas "manifestaciones de vida" en función habitual o función automática no consciente? Ciertamente, para el hombre terreno corriente, tanto el creyente profundamente religioso como el investigador científico materialista, la zona en que se encuentra la respuesta a estas preguntas es un terreno absolutamente desconocido. Es más, estas preguntas todavía no han surgido en su cerebro. Todavía no se ha dado cuenta del enorme primitivismo de su concepción del mundo. Tanto el uno como el otro niega, con la ingenuidad propia del hombre primitivo, que "haya vida" en ese terreno vivo, activo y de una amplitud colosal, que es la base y la condición primordial de toda su existencia terrena y experimentación de la vida. Ve agua que se hiela convirtiéndose en hielo y hielo que se convierte en agua. Ve agua que se evapora y se convierte en aire, y aire que se condensa de nuevo convirtiéndose en agua. Ve la misma propiedad en todas las otras materias físicas. Todo puede derretirse y evaporarse, puede disolverse en sus combinaciones, y todo puede condensarse en materias o sustancias sólidas. Ve que todo son grados de este proceso. Pero no ve que este proceso de condensación y disolución se basa en la facultad de la materialización y dematerialización del "mundo divino" transferida a una conciencia habitual o función automática con materia física. Y sobre esto tampoco puede, naturalmente, saber nada en absoluto, ya que hace tiempo que ha perdido sus recuerdos conscientes despiertos sobre su estancia y sus experiencias en dicho mundo. El creyente religioso sigue, por consiguiente, viviendo feliz y satisfecho con la explicación de que "los caminos de Dios son inescrutables", es más, incluso tiene la tendencia a opinar que todos los fenómenos materiales son un producto del "mal" y que es mejor menospreciarlos si uno quiere tener la esperanza de encontrar en Dios la gracia que da acceso al "cielo" o "paraíso". Y cuanto más considera, en su ignorancia sobre la vida, que él y sus semejantes son los únicos por los que la Divinidad siente complacencia, mayor es su entusiasmo o alegría. Otros seres están bajo el dominio del "mal". Y los animales existen solamente para ser alimento de estos "elegidos de Dios", del mismo modo que las plantas sólo existen sobre todo para adornar sus jardines, habitaciones y jarrones. Es más, incluso a veces se duda que estén vivas. Con respecto al "reino mineral", para estos seres éste es entonces un mundo absolutamente "muerto" o "sin vida". Aquí el laborioso científico o investigador materialista examina, pesa y mide a perpetuidad, proporciona un océano de resultados, pero estos resultados solo consisten en "números". Nada le ha revelado todavía que las sustancias o materias examinadas son manifestaciones de voluntad o de pensamiento convertidas en funciones automáticas con una manifestación física y que, por consiguiente, son una manifestación de conciencia o vida al cien por cien.
      A pesar de que estas materias revelan leyes o planes que ponen en evidencia intelectualismo, y éste es el más alto o distinguido signo propio de la vida misma, esto no ejerce ninguna influencia sobre el investigador puramente materialista. Su conocimiento sobre "el reino mineral" todavía consiste únicamente en números muertos que, por útiles que sean desde un punto de vista material, en la existencia puramente física son, sin embargo, totalmente banales con respecto al hecho de demostrar la identidad de las sustancias como pensamiento, conciencia o vida. Este mismo investigador enseña, por consiguiente, de buena fe que "el reino mineral" es un mundo muerto y sin vida sin sospechar lo poco científica y lo absurda que esta enseñanza es en realidad. De hecho, el verdadero resultado de la vida ha escapado, así pues, totalmente a su percepción o comprensión. Observa los fenómenos exteriores del "reino mineral", los pesa y los mide sin comprender o percibir el espíritu o la conciencia, el pensamiento y la voluntad que de una manera absolutamente necesaria existe tras la lógica de estos fenómenos. El resultado de su investigación del "reino mineral" es totalmente análogo a la observación que hace un ser de una página de un escrito en un idioma que no comprende. En una situación así el ser sólo puede adquirir conocimiento del tamaño, la forma y el número de letras, y así mismo del número de palabras y sílabas, en resumidas cuentas, puede adquirir una cantidad considerable de resultados que se pueden plasmar en cifras, mientras que sigue ignorando el pensamiento o idea que el autor del escrito ha deseado revelar por medio de él.
      Del mismo modo que el ser aquí carece totalmente de comprensión para el pensamiento o idea que se expresa en este escrito, el investigador materialista también ignora totalmente la profunda realidad mental que se revela a través de las funciones o de lo que se desencadena a través del "reino mineral". Ve "las letras", "las palabras" y "las frases", puede clasificarlas, pero no ve que expresan un pensamiento o una mentalidad y que, por consiguiente, constituyen de alguna manera un idioma, y por lo tanto tampoco puede, naturalmente, entrar en contacto con esta mentalidad, sino que tiene que continuar contentándose con sus resultados fríos y muertos, tiene que continuar considerando "el reino mineral" como semejante a "la muerte", aun cuando éste constituye un océano de "expresiones de vida", es más, en este reino no hay ni un lugar, ni un punto tan pequeño que pueda cubrirse con la punta de una aguja de coser sin que esto suponga un movimiento o un cambio, y con ello finalmente llegará a ser para el investigador evolucionado una prueba irrefutable de su identidad con la vida. El movimiento no puede jamás, en ningún caso, ser expresión de la muerte, sino que siempre y en todas las situaciones sólo puede ser idéntico a materialización y dematerialización, lo cual, a su vez, no puede de ninguna manera existir sin ser idéntico a un eslabón de una creación lógica, y, debido a ello, es como un hecho inalterable idéntico a la manifestación, consciente o no consciente, que uno o varios seres exteriorizan su presencia en el universo. "El reino mineral" es, así pues, en virtud de la naturaleza de todos sus tipos de energía como funciones automáticas, idéntico a un océano formado por la incipiente expresión de anhelo de un mundo inferior que surge de la conciencia de una serie de yo, es decir, del anhelo de un contraste a su actual existencia. Como esta existencia actual es la existencia con conciencia diurna despierta de "los seres bienaventurados" del mundo de los recuerdos, es por lo tanto desde aquí que estas energías de anhelo se transfieren al "mundo exterior" a través de la subconciencia de los seres.


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