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La conciencia diurna del ser es transferida al "reino de la bienaventuranza". Esta transferencia tiene lugar debido a que el ser está saciado de la existencia luminosa en los reinos superiores de la espiral. El movimiento de los seres por los reinos de la espiral tiene exclusivamente lugar a base de sus propios deseos y anhelos  391. Como se desprende del símbolo, en "el mundo divino" "la energía del recuerdo" está en aumento creciente. Y con este aumento lo que el individuo experimenta se convierte cada vez más en un movimiento de avance y retroceso en tiempos experimentados anteriormente, en un revivir las cosas que ha experimentado en estos tiempos. Y tras la culminación de "la energía de la intuición", es decir, tras el más alto despliegue de conciencia hacia el exterior, hacia la materia, el ser experimenta que tras la más alta manifestación o comunicación con sus semejantes, esta manifestación exterior degenera y hace que el ser experimente sus recuerdos o reviva su paso por la espiral. Esto, a su vez, quiere por consiguiente decir, que el ser traslada cada vez más su conciencia despierta diurna a su zona de recuerdos, o sea, a su "mundo interior" creado por él mismo. Sus manifestaciones intelectuales hacia el exterior son cada vez más latentes. Así pues, las manifestaciones disminuyen mucho, la gloria o aura es menos incandescente o radiante. Y finalmente el ser ya no muestra hacia el exterior ninguna conciencia diurna despierta. Sólo una serie de funciones automáticas ponen de manifiesto la presencia del ser en la existencia. Y el ser ahora ya no está en "el mundo divino", sino que se ha convertido en habitante del último reino de la espiral: "el reino de la bienaventuranza", el mundo de "las copias de oro".
      Con la culminación del campo altamente intelectual del ser en "el mundo divino", lo cual, a su vez, tuvo como resultado una existencia libre al cien por cien de dolor y sufrimientos, se desarrolló al mismo tiempo una creciente saciedad de esta experimentación de la vida totalmente libre de malestar. Y esta saciedad fue la causa desencadenante de un momento decisivo en el conjunto de la forma de vida del ser y en su relación con la Providencia o Divinidad.
      Del mismo modo que la saciedad en el mundo puramente material o físico crea rechazo o asco de lo que uno está saciado y, de este modo, se convierte en un dispositivo divino para impedir "empachos", la saciedad también tiene su misión en cada uno de los reinos de la espiral. Ningún individuo abandona una zona o un reino de la espiral antes de estar absolutamente saciado de las tradiciones o formas de vida especiales del reino. Mientras todavía sigan gustándole al ser y, de este modo, lo hagan feliz, le es imposible entrar en otro reino espiritual. La saciedad crea, por consiguiente, posibilidad o cabida para el deseo de experimentar el contraste a la experiencia actual. También se manifiesta esta saciedad cuando, por ejemplo, se dice sobre una cosa que se ha vivido hasta la trivialidad.
      Como esta ley de la saciedad también rige, naturalmente, en "el mundo divino", por el simple hecho de que es totalmente imprescindible para el ciclo de la vida, los seres, en realidad, también pueden de este modo llegar a experimentar en este mundo superior la luz, la existencia perfecta, el disfrute de lo agradable y el amor en un grado tal, que estas experiencias se convierten directamente en "triviales" o, en otras palabras, "aburridas". Y aquí vemos que "el principio de la caída del primer hombre", es decir, el deseo de transgredir las leyes de la zona y pasar a otra forma de vida que pueda dar la alegría y la felicidad, que debido a saciedad ya no se puede adquirir en la zona a la que se pertenece, también está presente en el mundo del propio Dios. Y afortunadamente, porque si no fuese así, el ciclo de la vida se detendría aquí. Los seres estarían condenados eternamente a "comer hasta el aburrimiento" de realidades de las que hacía tiempo se habían saciado. Se verían obligados a ocuparse de cosas que para ellos eran la esencia del aburrimiento, es más, directamente del asco. "El mundo divino" se transformaría, a pesar de su identidad como mundo del propio Dios, a pesar de su luz y su amor intelectual y luminoso, en un infierno para sus habitantes. Pero no sucede así. "El mundo divino" no puede jamás convertirse en un infierno gracias al principio del ciclo de la vida, que hace que el ser pueda moverse libremente de zona a zona según su propio anhelo o deseo imperioso. Toda transformación de estado tiene exclusivamente lugar a base de los propios deseos y anhelos del ser. Y así, nadie abandona los mundos celestiales, del mismo modo que nadie entra en ellos, sin que sea en virtud de propio deseo o propia voluntad absoluta.


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