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La existencia en "el mundo divino". Uno también encuentra a sus enemigos en "el mundo divino", pero su odio o cólera ha desaparecido. La reencarnación de los seres depende de su vida de huéspedes en el "mundo divino"  384. Si el hombre terreno se despertase de pronto en esta existencia se daría cuenta de que ya no tenía un cuerpo físico pesado. Estaría empapado de la encantadora frescura y alegría de vivir de una juventud inalterable y permanente. Su organismo, que cambia de forma y color con el pensamiento y el deseo, brillaría con todos los colores del arco iris. Brillaría y centellearía no sólo con brillo metálico sino también con el resplandor del sol. Estaría en condiciones de revelar la inmensa escala de los sonidos, desde el estruendo del trueno tras el rayo hasta la más delicada y minúscula sinfonía del arpa natural innata de las cigarras. La naturaleza de su propio organismo cambiante según su deseo le haría rápidamente tener al huésped terreno del mundo celestial la sensación de una existencia eterna. Aquí no existe nada "cotidiano". Todo tiene el resplandor de la eternidad. Todo expresaría o atestiguaría la fuerza de su poder como hijo propio del Dios, como señor del espacio y del tiempo.
      Su inmensa y perfecta facultad de pensar y actuar, su colosal superioridad sobre las materias, su absoluta liberación de las formas y de la gravedad le permitiría una comunicación con su entorno que en todo y por todo se convertiría en un himno de alabanza al amor a la Divinidad eterna manifestado con el maravilloso poder de los rayos de la materia celestial.
      Como huésped del mundo supremo podría comunicar o expresar directamente con toda su alma su interés y simpatía. Ya no está sometido al hecho de sólo poder expresar sus pensamientos con métodos terrenos indirectos. Sus manifestaciones de simpatía o la expresión de su psique no se indican solamente con una retahíla de producciones sonoras o letras impresas. Ya no es un ser enterrado o atado a las camisas de fuerza de la materia sólida, que forman organismos para los seres del "principio mortífero" que se manifiestan en las zonas no intelectuales de la espiral. Ahora es un ser celestial que deja que toda la forma y el color, el volumen y la luz de su organismo adquiera una expresión de simpatía adaptada al cien por cien a aquel que desea acariciar. El ser celestial no abraza con las manos ni muestra su simpatía simplemente con un par de hoyuelos u otros fruncimientos de simpatía en su epidermis facial, sino que acaricia con toda su alma y todo su espíritu.
      Como es uno con su prójimo, no tiene nada que ocultar, nada que encubrir o callar para este prójimo, sino que lo acoge total y directamente en su gloria de amor. Esto es más fácil de hacer, puesto que este prójimo también resplandece al cien por cien de amor. Tal como más tarde veremos, ningún ser, ni animal ni hombre, puede atravesar "el mundo divino" sin que esto tenga lugar exclusivamente en virtud de su amor. No importa que la llama de ciertos seres no sea demasiado grande, el tigre no puede tener en su conciencia tanta abundancia de amor como el redentor del mundo, pero su pequeña llama es, sin embargo, lo que condiciona de manera absoluta su existencia aquí. Las naturalezas animales tienen que dejarse en los mundos de la oscuridad. Nadie llega aquí sin ir vestido con "traje de boda". El ser terreno, al que se le ha permitido ser el huésped del mundo divino, todavía encontrará muchas más cosas que le admirarán. No solamente se muestra él mismo en toda su pura inocencia, es decir, totalmente purificado de egoísmo, sino que todos aquellos que ve se muestran con una pureza análoga. Pero su sorpresa no tiene límites cuando comienza a descubrir que casi todos los seres que ve u observa aquí, en el mundo celestial, son viejos conocidos de la zona terrena, tanto amigos como enemigos. Descubre que ellos también son huéspedes aquí, en el mundo supremo. Pero si su sorpresa es grande, su alegría todavía es mil veces mayor, porque no sólo es objeto del amor de sus viejos amigos, la afable simpatía de sus enemigos le va al encuentro con todo su resplandor.
      ¿Dónde está todo el odio y toda la enemistad? Esto era precisamente todo lo que no formaba parte del "traje de boda" y, por consiguiente, tenía que dejarse a la entrada del "mundo divino". ¿Van todos los seres terrenos al "mundo divino"? Sí, toda la reencarnación física se basa en una existencia como huésped en este mundo. Entre las existencias o vidas físicas los seres pasan por los mundos superiores de la espiral para ser de nuevo conducidos desde allí al nacimiento en el mundo físico. Pero todos estos seres terrenos se distinguen de los habitantes propios u ordinarios del "mundo divino" en que no residen en este mundo, tal como estos últimos, sino que aquí sólo son huéspedes, y su domicilio es el mundo físico o reino animal.


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