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Cuando el hombre terreno vive en la superstición de que la vida tiene un comienzo y un fin  346. La manifestación de cada ser vivo existente, indiferentemente de que sea un hombre, un animal o una planta, indiferentemente de que sea un ser del microcosmos o del macrocosmos, indiferentemente de que sea un ser presuntamente "malo" o "bueno", o de que sea "físico" o "espiritual", no puede tener lugar sin expresar una u otra forma de química cósmica. El ser es un "químico cósmico" eterno. Es en realidad el señor de "los productos químicos", pero esta identidad suya depende en parte de su conocimiento de "los productos químicos". El no conocer la naturaleza particular o las cualidades especiales de cada uno de estos productos hace que pierda algo de su verdadera posición, ya que este ser tiene que estar, de un modo correspondiente, sometido a las consecuencias de esta ignorancia suya. Esto quiere decir, a su vez, que estas consecuencias contribuirán en cierta medida a la manifestación futura del ser en cuestión o a su despliegue de "química cósmica". Las energías se convierten, de modo correspondiente, en el señor del ser vivo. Y es más o menos en esta situación que encontramos a los seres vivos que tienen su domicilio en el globo terrestre. Representan la zona en la que culminan todos los errores. Por esto los sufrimientos y las dificultades, las enfermedades y las aflicciones son, precisamente, lo que da el mayor colorido a la zona del hombre terreno, del mismo modo que también es de aquí de donde procede la invención de la expresión "el mal", "infierno", "purgatorio", "diablo" o "seres malignos".
      En realidad, todas estas denominaciones expresan la culminación de la desarmonía con las leyes de la vida, la culminación de la falta de conocimiento de la verdad absoluta sobre la existencia. En la existencia no hay verdaderamente nada en absoluto imperfecto.
      Por medio de "la química cósmica" veremos, como ya hemos mencionado anteriormente, que ignorancia y conocimiento son realidades creadas igual que todo lo demás que existe, y que la experimentación de la vida está, precisamente, condicionada por la relación de estos dos contrastes y, así pues, no podría jamás tener lugar si no se formase para el ser como un movimiento eternamente rítmico de conocimiento a ignorancia y después a conocimiento de nuevo, para otra vez regresar a la ignorancia y así continuando eternamente. En este movimiento rítmico, el hombre terreno se encuentra, así pues, en el movimiento ascendente hacia el conocimiento. Y como el horizonte, que se encuentra detrás de él, muestra de este modo un movimiento descendente, en dirección a mayor ignorancia y primitivismo, que se pierde en la presunta "oscuridad del pasado" o "en la noche de los tiempos" (también expresiones cuyo origen se basa en la ignorancia), esta "oscuridad" es su mayor impedimento para que llegue al verdadero conocimiento. Opina que "el comienzo" de cada cosa se encuentra en esta "oscuridad". Y su concepción de la existencia se basa, por consiguiente, en la mismísima culminación de lo opuesto a la realidad, a saber, la superstición de que la vida tiene un comienzo y un fin. Y con ello, su naturaleza eterna e identidad absoluta es incomprensible para él mismo. Se cree uno con todo lo temporal. El señor de la vida se ha convertido aquí en presa de la muerte.


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