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Las sustancias y el libre albedrío del yo  308. Un yo es totalmente independiente de todas las sustancias del universo. Sólo se vincula a las sustancias o energías en virtud de lo que llamamos "apetitos". Cuando estos apetitos aparecen de una forma más manifiesta o de la que se tiene conciencia diurna, los llamamos "deseos". Cada ser vivo es guiado, así pues, por sus deseos. Es por ello que un ser no puede experimentar nada en absoluto cuyo primer origen no se remonte a un pequeño apetito o deseo, aunque después la situación haya evolucionado convirtiéndose en una desgracia o catástrofe para el yo en cuestión, y se haya transformado en una situación que es totalmente lo contrario de lo que se deseaba.
      Cuando la situación es, precisamente, distinta a la que se había proyectado, el error no se debe a las sustancias, sino a un error en la elección de las sustancias, cuya reacción habría tenido que ser un cumplimiento del deseo originario. Como el yo en cuestión eligió sustancias erróneas, material erróneo, el resultado también tenía que ser erróneo. Pero de este modo, el yo tiene, como ya hemos indicado anteriormente, una libertad absoluta. Con ello adquiere la facultad de "actuar erróneamente".
      Como, debido a la ley de la reacción de las sustancias, este "actuar erróneamente" tiene como consecuencia la desarmonía, es decir, desgracias, dolor y falta de salud, y lo contrario tiene como consecuencia armonía, alegría, salud y felicidad, en virtud de la misma ley al yo le es posible adquirir conocimiento para la creación de estos fenómenos. Su facultad creadora se amplia así gradualmente para hacer posible tanto la creación de felicidad y bendición como de desgracia y maldición. Todo es únicamente una cuestión de voluntad y discernimiento.


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