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Una desgracia o una situación desafortunada no puede jamás ser debida a las sustancias o a las energías  307. "Lo terrible" o "duro" de los sufrimientos de los seres no puede atribuírsele a la Providencia, sino únicamente a los seres mismos. Sus sufrimientos sólo existen a causa del uso que hacen de las energías de destino que han elegido erróneamente. Que en tal caso no puedan experimentar el mismo resultado que si hubiesen usado las energías correctas, no puede ser en ninguna circunstancia expresión de falta de amor por parte de la naturaleza o de la Providencia, al contrario, sólo puede expresar, precisamente, el orden supremo y absoluto y la regularidad absoluta de las leyes de la estructura del universo, una regularidad que, a su vez, es la base de toda creación de intelectualismo en los seres vivos, una regularidad en la que, por consiguiente, se basa toda la evolución, una regularidad que hace posible que el ser vivo se eleve hacia esferas de existencia cada vez más elevadas y perfectas, hacia cada vez mayor felicidad y luz.
      La regularidad o estructura de las leyes del universo se basa ante todo en el amor. Que a los seres vivos se les permita experimentar cómo reaccionan o actúan las diversas energías o sustancias, cuando las ponen en combinaciones incorrectas, sólo puede ser igual de divino que su experimentación de las reacciones de las mismas materias en las combinaciones correctas. El hecho de que las combinaciones correctas creen amor, armonía divina o un destino perfecto, y las erróneas lo contrario, sólo le puede dar al ser vivo una libertad al cien por cien en su creación de cada detalle de su destino.
      Tal como posteriormente veremos en análisis especiales de "Livets Bog", "el algo" divino o el yo tras el organismo tiene libertad absoluta ante todas las energías o sustancias de la existencia. Cualquier energía obedece a su mínimo mandato o deseo. Y es debido a este mandato o deseo que se ha formado su organismo y su conciencia actual, es más, todo su destino. Cada detalle, tanto los microscópicos como los más visibles, de este destino es un irreversible cumplimiento de previos mandatos o deseos con respecto a la elección de energías de destino o sustancias. Que quizá posteriormente se mostrase que las energías elegidas no podían armonizar juntas, y que crearon un destino desdichado, sólo le ha dado experiencias al yo. Y como por naturaleza es inmortal y, por consiguiente, puede en realidad sobrevivir a todos los errores y elegir de nuevo otra vez, en virtud de estas experiencias puede en el futuro evitar elegir las mismas energías erróneas. Que pueda elegir erróneamente muestra, como ya hemos dicho, que el yo o "el algo" vivo de los seres tiene una libertad total. Es libre frente a las sustancias y, por consiguiente, puede, según su naturaleza, deseos y apetitos expresar su destino, su manifestación y su conducta, o influir en ellos con matices que van de la culminación de la armonía a la culminación de la desarmonía. El yo puede, por lo tanto, usar las sustancias que quiera en su creación, pero tiene que comprender que las sustancias cumplen su misión. No cambian su carácter para rectificar los errores del yo. Por esto, no sirve de nada pedirle a Dios que éste o aquel, que uno eventualmente ha matado, vuelva a vivir. Un ser al que han matado, es decir, un ser cuyo organismo, el instrumento por medio del cual el yo en cuestión puede manifestarse como vivo frente a todo lo que le rodea, ha sido destruido, no puede de ninguna manera adquirir su vigor por medio del mismo organismo. Un organismo así es una combinación de sustancias cuya reacción conjunta está al servicio del yo en cuestión. Cuando un organismo así es "asesinado", esto quiere decir que en la combinación de sus sustancias ha penetrado una energía o una sustancia extraña cuyo efecto es destructivo para dicha combinación de sustancias. Que la sustancia extraña haya sido un puñal, la bala de un revólver o un polvo venenoso no cambia este principio. "La nueva" sustancia tenía que seguir inevitablemente su naturaleza. El puñal tenía que seguir siendo puñal, la bala del revólver bala de revólver y el veneno veneno. ¿Qué tenía que pasar para que no sucediese así? Que, de este modo, las sustancias revelen, sin ningún tipo de anomalía, su fuerza para actuar ¿no es precisamente expresión de que en la existencia hay el más perfecto orden? No es, por consiguiente, en el puñal, la bala del revólver o el veneno donde hay que buscar "el pecado" en relación con el mencionado asesinato. Este asesinato sólo puede expresar la voluntad absoluta del yo que ha manejado el puñal, ha empuñado el revólver o ha usado el veneno. ¿Y por qué las sustancias, en este caso, no iban a tener que cumplir aquello a que estaban llamadas? De la misma manera que sería anormal exigir que un automóvil de pronto tuviera que frenar por sí mismo en una situación peligrosa y evitar un accidente porque el conductor no veía el peligro, igual de anormal sería exigir que el puñal, la bala del revólver o el veneno tuvieran de pronto que cesar con su estado normal en situaciones en que crean catástrofes.
      Una desgracia o una situación desafortunada, sea cual sea, no puede jamás deberse legítimamente a las sustancias. Se demostrará indiscutiblemente que la desgracia ocurrió porque las sustancias cumplieron indispensablemente aquello a que estaban llamadas. El error, "el pecado" en una situación así se encuentra invariablemente en el yo o los yo que han usado las sustancias o las energías. Que no supieran elegir las sustancias correctas y, por consiguiente, no crearan la situación que deseaban o que se habían propuesto, y en vez de ello experimentaran una catástrofe, no es en absoluto un error de las sustancias o energías. El error, al contrario, se encuentra exclusivamente en "el algo" que usa las sustancias. Éstas actúan de una manera absoluta y automática y eternamente, cada una con su reacción propia, y sólo existen como material para los yo y no tienen ninguna influencia en absoluto sobre ellos.


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