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Cuando se le echa la culpa a la Providencia del destino desdichado de los seres  306. Algunos pensarán ahora que los análisis que hemos tratado son unos análisis muy extraños, pero la respuesta al respecto es que todo aquello que se imagine como algo opuesto a la naturaleza o realidad siempre será extraño. Que, no obstante, se exija aquí se debe a que es un hecho que la mayoría de seres humanos terrenos, de manera no consciente naturalmente, exigen en realidad que las sustancias no obedezcan a lo que está dispuesto eternamente, sino que, al contrario, dejen de reaccionar con sus reacciones normales en las situaciones en que estas reacciones no están directamente a favor de dichos seres. Esto se manifiesta por medio de cualquier crítica que vaya contra el gran análisis cósmico que dice: "Todo es muy bueno". Cualquier crítica intolerante contra la vida, contra la naturaleza o la Providencia expresa, por consiguiente, una ignorancia absoluta de la inmensa perfección de la ley de las sustancias. Cuando un hombre le echa la culpa a la Providencia, que también abarca a los otros seres, de su destino desdichado, sus sufrimientos y molestias, esto sólo expresa el súmmum de la ingenuidad. Este hombre no comprende en absoluto que, en realidad, él mismo ha elegido las sustancias o energías, de cuyo conjunto de reacciones su actual destino es un resultado. Que este resultado no sea el que el ser había deseado no es un error de la naturaleza o de la Providencia, sino que, al contrario, se debe exclusivamente al ser mismo. No ha comprendido de qué manera tenía que elegir la energía o la combinación de sustancias cuya reacción conjunta era idéntica al resultado o destino que dicho ser deseaba. Pero si no ha elegido las sustancias correctas, no puede ser un error de la naturaleza o de la Providencia que no alcance el resultado deseado, y que en vez de esto experimente la reacción que inevitablemente tiene que ser una consecuencia de la combinación errónea de las sustancias. Exigir otra cosa, indignarse o sentirse desdichado con respecto a esta experiencia o este destino es, en realidad, lo mismo que ser desdichado porque las energías extrañas o erróneas no produjeron la misma reacción, no dieron el mismo resultado que las energías ordinarias. Pero, así pues, exigir que lo imposible sea posible es una anormalidad, y no deja de serlo aunque el individuo ignore el verdadero análisis de su situación. La pimienta no se transforma en azúcar porque por error se haya echado en un vaso de jarabe pensando que era azúcar. Que el jarabe sea imbebible no es un error de la Providencia, sino naturalmente un error de quien ha juntado las dos clases de sustancia (jarabe y pimienta). Quien se indigna porque el jugo se ha echado a perder, se indigna, en realidad, porque la pimienta no se ha transformado de pronto en azúcar, con lo cual el jarabe habría podido tener el efecto deseado.
      Mientras en este último ejemplo la mayor parte de seres humanos pueden, naturalmente, ver que el error está en el individuo y no en la naturaleza de la propia pimienta, son muy pocos los que comprenden que el error se encuentra igualmente en ellos mismos, cuando se trata de los defectos de su destino, su vida cotidiana y su relación con otros seres y con lo que los rodea. Aquí el hombre terreno no comprende que "pimienta" es "pimienta" y "azúcar" "azúcar", y que no hay que esperar que estas u otras sustancias se conviertan inmediatamente en otra cosa en las situaciones en que esto sería más favorable para nosotros, y que, por ello, es igual de necesario usar las sustancias absolutamente correctas en la composición de nuestros fenómenos psíquicos como en los físicos.
      Cuando se oyen, por lo tanto, expresiones como: "Es terrible que estas personas sean afectadas de una manera tan dura", "es terrible que tenga que sufrir tanto", y cosas parecidas, estas opiniones muestran una ignorancia total. Revelan una crítica directa a la Providencia, la naturaleza o a la fuerza universal e intelectual que todo lo abarca y, por consiguiente, amorosa, que está representada por medio de la inexorabilidad absoluta de la ley de las sustancias.
      Pero estas expresiones tienen un cierto brillo luminoso sobre sí, dado que al mismo tiempo expresan, en mayor o menor grado, compasión por aquellos que sufren y, de este modo, cumplen de una manera correspondiente la ley de la existencia que dice: "Amarás al prójimo como a ti mismo"


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