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La causa de las rudas condiciones de vida del reino animal. La diferencia entre el hombre terreno y el animal común. La incipiente religiosidad. Las primeras formas de oración a Dios  172. La adquisición de fuerza y superioridad todavía es, en gran medida, el móvil que domina la existencia humana terrena. Que los seres del reino animal tengan que estar sometidos a unas condiciones de vida o modo de vivir tan drástico o duro se debe a la circunstancia de que la facultad de percepción de estos seres es tan primitiva o está tan poco desarrollada que sólo lo que se manifiesta de modo duro y tosco puede ejercer una influencia sobre ella. Pero con esta influencia el ser despierta más y más a la vida. Y en el mismo grado en que este despertar se transforma en algo fundamental, esta influencia también va adquiriendo, de modo correspondiente, un carácter cada vez más sutil. Y así, de la existencia dura y fría nace paulatinamente una forma más sutil de experimentar la vida. Es decir, una forma de existencia en la que la facultad de percepción del individuo está tan alerta o es tan receptiva a los matices de conciencia y fuerzas espirituales más sutiles, que éste puede comenzar a experimentar la vida de una forma menos violenta o fuerte que la que corresponde a las duras condiciones de la vida animal ordinaria. Del mismo modo que un ser que duerme no puede oír cuando se susurra o se habla en voz baja, pudiendo solamente influir sobre él el ruido y las palabras dichas en voz alta, el ser del reino animal tampoco puede ser receptivo a sutiles matices de conciencia, sino que sólo es receptivo a una influencia más masiva o más desveladora. Esta influencia es ejercida por todas las realidades que, poco a poco, van siendo consideradas por el hombre terreno como "el mal". El animal es, por consiguiente, un ser durmiente que tiene que ser despertado. Cuando se le ha despertado puede oír tanto el susurro como el habla en voz baja, lo cual significa en este caso manifestaciones atenuadas, purificadas y sutiles. Cuando este despertar ha llegado a su término, el ser ya no es un animal sino un hombre verdadero. El hombre terreno se encuentra en el último estadio de este proceso de despertamiento y ya ha empezado a poder oír o percibir matices de conciencia más sutiles. Estos matices forman parte del concepto "religiosidad". El hombre terreno se diferencia, por consiguiente, del animal común por el hecho de que ha entrado en una zona en la que un aspecto religioso de la vida comienza a surgir en su conciencia. Esta religiosidad es, naturalmente, de una naturaleza bastante primitiva en los primeros estadios humanos terrenos y está teñida de todas las tendencias del reino animal, pero contribuye, sin embargo, a que estos seres sean receptivos para una moral adecuada a su nivel de conciencia. Por lo que concierne a estos primeros estadios, se tratará, evidentemente, de una moral que es estimulada o sostenida por la irradiación oscura del "principio creador divino".
      El que estas fuerzas religiosas hayan podido abrirse camino en la conciencia del animal comenzando a transformarlo en ella en un hombre se debe, precisamente, a la vida dura y ruda bajo la que, hasta cierto punto, éste vivía, y a la que el hombre terreno todavía está sometido. Esta forma de vida tenía finalmente que hacer evolucionar al individuo hasta el punto de sentir un verdadero horror o angustia frente a la vida. Este horror se manifiesta, por su parte, en un grito "desgarrador" cuando el ser en cuestión se encuentra en verdadero peligro o cree estarlo. A veces oímos este grito en el animalito indefenso cuando la escopeta del cazador lo hace caer, lo oímos en las presas de la fiera, en las grandes naves de los mataderos, tras los gruesos muros de las salas de vivisección, etc. Estos gritos son las primeras incipientes o latentes formas de oración a Dios. Son, así pues, las primeras manifestaciones concentradas de una exclamación pidiendo ayuda, protección y misericordia. Son, pues, el último intento desesperado de un ser cuando ya no tiene más fuerzas, y, precisamente debido a ello, manifiestan su petición, todavía inconsciente, de ayuda y salvación a una autoridad superior.


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