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Capítulo 6
De animal a hombre o ser humano
El hombre terreno como ser de transición entre el animal y el hombre. El principio mortífero. Lo que estimula la evolución en el reino animal.  171. Hemos avanzado tanto en "Livets Bog" que tenemos una visión de conjunto sobre las realidades y condiciones a las que está sometida la humanidad terrena. La naturaleza y el carácter especial de estas realidades nos han mostrado que esta humanidad se encuentra en un estado de evolución que puede definirse como la transición de animal a hombre. La humanidad terrena representa, pues, una última y muy extensa época de evolución antes del comienzo de la verdadera zona del ser humano. Como el hombre terreno es, así pues, un ser de transición entre el animal y el hombre, además de sus tendencias animales en su manifestación también mostrará, en mayor o menor grado, tendencias humanas. Y estas últimas tendencias son las que le han dado a este ser, que todavía no es perfecto ni está terminado, el predicado de "hombre" o "ser humano". Por tendencias animales se entienden las manifestaciones que se desencadenan a base de los órganos o facultades del individuo en cuestión que están especialmente desarrollados para la receptividad de "la energía del peso" (véase apartado 168), que debido a su naturaleza explosiva se manifiesta, a su vez, en todas partes donde tiene supremacía sobre las otras energías básicas cósmicas que circulan por este individuo como "el principio mortífero", es decir el principio a base del cual surge toda forma de sufrimiento. En el reino animal propiamente dicho este principio es de una naturaleza tan prominente que en él los seres vivos tienen ante todo que matar para vivir. En las fieras este principio es una condición vital tan importante que, para el mantenimiento de su existencia diaria, estos seres están obligados a destrozar y comer organismos o cuerpos de seres vivos en la misma fase evolutiva que ellos mismos; este "canibalismo" se extiende incluso a zonas en que el animal ha comenzado a aparecer como hombre terreno, y donde se encuentran ejemplos de que en ciertos estadios evolutivos este principio incluso lo impulsa a comer organismos de seres que pertenecen a su mismo género o raza. Como el alimento o la nutrición diaria del reino animal es, por lo tanto, carne y sangre u organismos de otros seres del mismo reino, la conciencia de los seres de este reino tuvo que concentrarse necesariamente en el desarrollo de la fuerza o poder. Como el organismo condiciona la experimentación de la vida del ser, se trataba de poderlo proteger y conservar frente a la persecución de los seres de su alrededor, al mismo tiempo también se trataba de dominar a otros seres y apropiarse de su carne y sangre como alimentación necesaria para el propio mantenimiento. Pero para esto se requería fuerza y superioridad. Y, de este modo, la adquisición de estas dos realidades se transformó, en forma del instinto de conservación, en lo que estimula la evolución en el reino animal. Según el cuarto capítulo, la humanidad terrena aún no se ha liberado totalmente de este estímulo.


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