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Índice de En torno al nacimiento de mi misión   

 

 
Capítulo 6
Sólo en virtud del amor se puede experimentar «el espíritu santo» o «ver» al «iniciado»
En realidad, la misma vida, tu propia religión, te exhorta a una gran prudencia; te advierte contra el juzgar. Tú no sabes a quién tienes ante ti cuando estás frente a tu prójimo. No conoces en absoluto las cualidades que oculta, y no sabes si él es – o será – encarnación de la revelación divina; no sabes si es un enviado de Dios a la humanidad, un nuevo ayudante en el principio de redención del mundo o el mismo redentor. El hecho de que él (ella) quizá aparezca en un ambiente social modesto o de que, por otras causas, se vea forzado a vivir en las cercanías del «pesebre»*; el hecho de que quizá no frecuente la Iglesia, no sea miembro de éste o ese movimiento religioso o, incluso aparentemente, sea irreligioso, nacido y educado bajo circunstancias tales como fuera del matrimonio, sin bautismo, sin confirmación, y que tú llamarías «pecaminosas», no asegura que dicha persona no sea portadora de la conciencia divina, que no sea una encarnación del espíritu santo. Más bien al contrario, la posición social modesta parece precisamente ser uno de los caminos preferidos en toda revelación del espíritu divino en la zona terrestre. En efecto, no fue desde una cuna lujosa o desde un trono de oro, sino desde el pesebre y la cruz que la mayor redención de la vida, y con ello la manifestación de la mayor revelación de conciencia en la Tierra, tuvo lugar.
      Por lo tanto, ¡sé prudente! Tú no sabes cuándo te encuentras ante un príncipe de una zona de existencia superior. Dichas zonas superiores tienen unas normas, para clasificar su rango, posición y conducta, distintas a las terrenas donde precisamente el esplendor material externo y los fenómenos visibles juegan un papel muy importante. Y tú no creas que el iniciado te dirá quién es él. Tal ser camina entre los hombres, entre la muchedumbre, pero ellos no lo conocen. Dado que él no ha venido para ser servido, sino para servir, es posible encontrar a un ser semejante bajo la figura de un criado; sí, una grandeza semejante puede ocultarse en tu chico de repartos, tu sirvienta, tu mujer de limpieza, tu jornalero, o en personas por el estilo; pero tú no lo descubrirás si, en tu propio pecho, no experimentas un amor tal hacia dichas personas que les haga abrir su corazón y su mentalidad para ti. Una posición exterior de tal modestia no es la indicada para despertar en la muchedumbre respeto y veneración hacia el iniciado, porque riqueza y lujo en la conducta y el comportamiento responden mejor a su ideal y producen más fácilmente gran consideración, tanto en los círculos de la prensa y la ciencia como entre la gente común. Por ello, mientras la opinión y el uso y las costumbres – lo que está permitido, etc. – sea lo que determine tus ideales, no debes esperar adquirir la capacidad de reconocer al iniciado aunque lo encuentres en carne y hueso. Verás sólo «el pesebre», el exterior sencillo o mediocre por medio del cual se manifiesta, y las eventuales calumnias, ironías y burlas con las que el no iniciado intenta obstaculizarle el camino. Sé, por ello, prudente. El espíritu santo, además de ser el supremo saber sobre Dios, es también el supremo amor. Pero el amor solamente puede ser reconocido por el amor. Por consiguiente, si tienes amor suficiente en tu propio interior descubrirás también la revelación espiritual, el espíritu santo o el amor puro y divino en cualquier otro pecho, se encuentre donde se encuentre y al margen de los posibles harapos o andrajos bajo los cuales se oculte. El hecho de que tú te sientas «salvado» no te da en absoluto derecho o cualificaciones para juzgar a otros. Sólo y únicamente el amor puede reconocer el parentesco divino.
 
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* Notas aclaratorias de la traductora: Alusión al pesebre (pobreza) de Jesús. Luc. 2,7.


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