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Capítulo 2
No juzguéis
Con lo presente no me dirijo a personas del tipo anteriormente mencionado. Si de algún modo esto llegase a sus manos, déjenme decirle inmediatamente a la persona en cuestión:
      Permanece en la creencia religiosa que para ti significa vida o felicidad, y a la que consideras como el camino, la verdad y la vida.
      No creas que yo desee alejarte en un solo punto de ésta tu elevada base de vida. No deseo en absoluto debilitar la creencia de una sola persona en lo que es realmente bello y noble, auténtico y por ello amoroso, divinamente inspirador en la vida cotidiana.
      Pero recuerda que es una infracción de la ley del amor el no admitir que tu saber es limitado, y que alrededor de esta limitación estás rodeado de una zona donde tú no puedes «saber» y por ello necesariamente sólo puedes existir como «creyente». Alrededor de esta zona estás de nuevo rodeado de una zona infinita que, a causa de tu completa ignorancia o total falta de conciencia, constituye la más negra noche. Sobre lo que esta negra noche puede ocultar en su seno no sabes nada, y por ello no puedes ser ni una autoridad ni un juez legítimamente cualificado en el juicio de los relatos sobre este campo totalmente desconocido para ti, o en el juicio de las revelaciones de dicho campo. Solamente puedes hablar con autoridad sobre este pequeño ámbito que conoces por experiencia directa y donde puedes apoyarte en hechos absolutamente matemáticos.
      Pero ya en la zona donde tú solamente puedes existir como «creyente» cesas de ser una capacidad. Aquí existes en virtud de lo que otros te han contado, lo que otros han escrito. Esto significa que aquí eres solamente un discípulo, un aprendiz, un alumno. No has alcanzado todavía el estado de madurez en el que tu formación está concluida, aún no has alcanzado tu diploma, tu examen, tu prueba de oficial.
      Y ¿no es más natural y por ello más amoroso que el alumno reconozca su auténtica identidad que, precisamente, sólo puede consistir en ser la parte que «escucha», en vez de que en su interior se haga ilusiones y se crea autorizado a mostrarse como la parte que «juzga» y que «enseña» y, de este modo en realidad aunque de modo inconsciente, se sitúe como un «falso» maestro o preceptor? Cuando «el creyente» quiere enseñar al que «sabe» es lo mismo que cuando el alumno quiere enseñar al maestro. Esta relación no es natural, y todo lo que no es natural es contrario al amor. Intentando corregir al que «sabe», el creyente peca contra su propia convicción, al margen de que su actuación se realice, incluso, con buena conciencia.
      ¿No es acaso por esto que se dice: «no juzguéis, porque del mismo modo que juzguéis seréis juzgados»?
      El que realmente sabe esto no juzga asuntos de los que él no tiene «conocimiento». Al «creyente» no le incumbe el juzgar, esto puede ser solamente privilegio del que «sabe».


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