Lee y busca en El Tercer Testamento
   Cap.:  
(1-21) 
 
Búsqueda avanzada
Índice de En torno al nacimiento de mi misión   

 

 
Capítulo 18
Los efectos del áureo bautismo de fuego
Un organismo animal terrestre no está todavía capacitado para soportar una concentración tan excesiva del propio y elevado ser de Dios y, por ello, debí interrumpir la visión divina. Pero aunque la experiencia sobrenatural tuviese que cesar, yo, sin embargo, nunca regresé por completo al mundo físico. En mi ser había tenido lugar una transformación. Había nacido a un mundo nuevo, había tomado conciencia de un cuerpo nuevo. Y desde este momento, ese mundo que existe más allá de los fenómenos físicos fue permanentemente incorporado a mi conciencia diurna. La luz dorada me había dejado en un estado de inmortalidad consciente y con la facultad de ver que solamente existe la vida, que las tinieblas y el sufrimiento solamente son amor camuflado, y que el ser de Dios está presente en todo y en todos.
      Pero en mi propio ser se multiplicó la llama del amor. Vi que la materia era algo vivo, que era la manifestación de Dios, su auténtica carne y sangre. Acaricié tanto la materia «muerta» como la viva, acaricié tanto las sustancias minerales como las animales porque formaban todas ellas el cuerpo de Dios. Y el cuerpo de Dios me acarició. Fue como si la luz áurea, la experiencia del espíritu santo, la conciencia del propio Padre, la sensación de que su presencia personal como un yo consciente – en mi propia cercanía – hubiese dejado todas las cosas con un brillo de amor que las atravesaba. Sentí que todo irradiaba simpatía, que todo irradiaba su propio ser, tanto fuera como dentro de mí. Y yo era amado por este Padre; y con un amor imperturbable hacia este ser, regresé al mundo físico. Las preocupaciones, las penas y los sufrimientos de los hombres de la Tierra y del reino animal se hicieron de nuevo visibles para mí; las zonas sombrías de la existencia se hicieron de nuevo predominantes. Pero más allá de las profundas sombras de este reino oscuro, lucía y brillaba todavía en mi interior la luz áurea. En mi cerebro y en mi médula espinal existía todavía el calor de su resplandor sobrenatural. De mis manos y labios ya ha sido transmitida, y en lo sucesivo será transmitida para brillar en otros cerebros, para vibrar en otras espaldas, para centellear en otros ojos y para ser percibida en otras almas. Mi palabra es la antorcha de la vida. El espíritu divino que está en ella luce en la oscuridad, aleja la superstición y crea amor a Dios. Todo el que vive en ella ama al Padre y, por ello, no puede jamás caminar en la oscuridad. Porque amar al Padre es amar al mundo, es amarlo todo y a todos. Amarlo todo y a todos es vivir juntamente con lo que se ama. Y de este modo, el vivir juntamente con lo que se ama es la más sublime satisfacción del deseo supremo, es la suprema adquisición de vida, es la mayor percepción de dicha, es la auténtica experiencia de felicidad.


Comentarios pueden mandarse al Martinus-Institut.
Información de errores y faltas y problemas técnicos puede mandarse a webmaster.