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Índice de En torno al nacimiento de mi misión   

 

 
Capítulo 17
El áureo bautismo de fuego
A la mañana siguiente, habiéndome apenas sentado en mi silla de meditación, fui bañado de nuevo por la luz divina. Vi un cielo diáfano y azul que se hizo inmediatamente a un lado y uno nuevo, y aún más resplandeciente, apareció. Y de este modo continuó el proceso, hasta que apareció un cielo que era de una luz tan suntuosamente áurea y resplandeciente y de una materia que vibraba con una tal rapidez, que sentí que aquí me encontraba en el límite de lo que mi organismo y mi conciencia podían soportar. Un solo paso, una sola fracción de segundo, y esa longitud de ondas sobrenaturales me conduciría inmediatamente, con la inmensa fuerza del rayo, fuera de la existencia física. Pero en esa fracción de segundo que duró la revelación, experimenté un mundo de santidad, pureza, armonía y perfección. Me encontraba en un mar de luz que no era, como en mi primera revelación, blanco como la nieve sino que, al contrario, tenía los colores del oro. Todos los detalles eran llamas de oro. A través de todo ello vibraban pequeños hilos de oro, que centelleaban aquí y allá. Yo sentí que esto era la conciencia de Dios, su propia esfera de pensamiento. Que era la materia, la omnipotencia, la máxima fuerza viva por medio de la cual el Yo divino guiaba y dirigía océanos de mundos, galaxias y constelaciones, tanto en el microcosmos como en el macrocosmos. Yo estaba totalmente embelesado. El fuego divino vibraba dentro y fuera de mí, encima y debajo de mí. Ese «espíritu de Dios» que, según la Biblia, «aleteaba sobre la superficie de las aguas», ese «fuego» que «ardía en la zarza» de Moisés, ese «fuego» que condujo a Elías a los cielos, ese «fuego» en el cual Jesús mientras se hallaba en la montaña fue «transfigurado», ese «fuego» que se mostró sobre las cabezas de los apóstoles y que más tarde transformó a Saulo de camino hacia Damasco en Pablo, ese «fuego» que a través de todos los tiempos ha sido «alfa» y «omega» en toda forma de creación, manifestación o revelación superior, flameaba aquí ante mis ojos, vibraba en mi propio pecho, en mi propio corazón; envolvía, en definitiva, todo mi ser. Todo esto lo percibí como un baño en un elemento de amor. Yo estaba junto al origen, junto a la misma fuente de todo lo que se encuentra de calor en la simpatía de un padre y una madre hacia su descendencia, de afecto mutuo en el juego amoroso de una joven pareja. Yo vi esa fuerza que lleva una mano a firmar un indulto, a abolir la esclavitud, a proteger a los débiles, tanto al animalito como a la persona anciana. Yo vi ese sol que puede derretir el hielo y alejar la frialdad de cada alma; que puede transformar estériles desiertos de desesperación y pesimismo en zonas de conciencia soleadas y fértiles; que puede calentar el corazón, inspirar la razón, y con ello llevar al individuo a perdonar la injusticia, a amar al enemigo y a comprender al malhechor. Me parecía reposar junto al pecho de la Divinidad todopoderosa. Me detuve en el origen del amor universal, vi la perfección divina, vi que yo era uno con el camino, la verdad y la vida; que era uno con el gran Padre.


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