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Índice de En torno al nacimiento de mi misión   

 

 
Capítulo 11
Hay situaciones en las cuales es necesario hablar en vez de callar
No se puede evitar que el hecho de hablar sobre sí mismo sea desagradable a quien se ha distanciado del deseo de agasajo y admiración, particularmente cuando no se puede evitar ser el actor principal de la disertación, o ser visto bajo una especie de aureola heroica. Pero hay ciertas situaciones en las cuales el callarse puede significar falta de amor, o puede ser contrario a las leyes divinas.
      Tales situaciones pueden observarse con respecto a la persona de Cristo cuando se sintió obligado a decir: «Quién de vosotros encontrará pecado en mí», «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón», «El Padre y yo somos uno», «Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera, vivirá», pero no se debe creer en absoluto que estas palabras eternas expresaban alguna forma de soberbia o contento de sí mismo, al igual que no se debe creer que daban a su autor una complacencia malsana. Al contrario, sabía que manifestaciones de este tipo serían las que más tarde le llevarían a la cruz. Sin embargo, dichas palabras expresaban una verdad, un acontecimiento auténtico y real, una revelación, que era un eslabón extraordinario en la creación del destino de la humanidad; y él era el primero y el único que poseía un saber completo acerca de dicho acontecimiento. Él estaba designado para ser la envoltura del espíritu santo, para ser la base que condicionaría la manifestación, redentora de la humanidad, de dicho espíritu. Y dado que solamente él poseía un conocimiento auténtico y real sobre la manifestación de dichos hechos espirituales; y dado que en ningún modo era intención divina que permaneciesen ocultos, ¿quién si no él debía revelarlos y comunicarlos? Si hubiese sido tan modesto o humilde que hubiese ocultado toda esa verdad que se reveló en él y alrededor de él, su modestia y humildad habrían rayado el límite de la anormalidad, se habrían convertido en cobardía, en debilidad mental, y el secreto de la salvación humana habría ido a la tumba con él.
      Pero en esta situación, y teniendo presente tal riesgo, debió hablar en vez de callar, a pesar de que con sus palabras, con su revelación, no podía evitar el mostrarse a sí mismo como un héroe, como la parte central sobre la que se apoyaba su propio relato. Y dado que se trataba de una verdad que debía ser revelada, y dado que solamente él tenía un conocimiento absoluto sobre ella, era él quien debía revelarla y de esta manera mostrar cuanta autoridad y poder se le habían confiado. Y solamente «el insensato», o quien no tenga ninguna noción sobre los hechos reales, verá delirios de grandeza, soberbia o narcisismo en las palabras de Jesús. Como siempre hay seres ignorantes, y como él era el único entre millones de seres de la Tierra que podía decir estas palabras con autoridad, fue inevitable que, en un principio, fuese malentendido por la multitud, fuese considerado como loco e irónicamente fuese «coronado» como «rey de los judíos» y, finalmente con fanática ceguera, fuese torturado y crucificado por la misma muchedumbre.
      Pero sus palabras se convirtieron en aureola de luz llameante sobre la turba injuriante y crucificadora creando un camino luminoso que conducía fuera del primitivismo y la barbarie, y por medio del cual la mentalidad de la misma muchedumbre, todavía hoy en día, es conducida hacia las estrellas. Imagínense si hubiera optado por callar. Imagínense que él hubiese tenido miedo al desprecio y a las burlas de la muchedumbre, de sus tendencias a la mutilación y al asesinato. Entonces, el principio de salvación del mundo habría sido un fracaso irrevocable. Hoy, no tendríamos ni esa red de hospitales y ambulancias que extienden su mano auxiliadora a todos los heridos y enfermos del mundo, tanto por los campos de batalla llenos de horror como por los hogares llenos de paz, ni las modernas instituciones de leyes y jurisprudencia, las disposiciones filantrópicas o benéficas y todos los demás fenómenos humanos que se agrupan bajo el concepto de «civilización cristiana» y cuyo origen puede decirse que se remonta a las palabras del redentor del mundo, a su sermón de la montaña, a su parábola del buen samaritano; al margen de lo que se opine sobre la Iglesia y los sacerdotes. Si Jesús hubiese callado, un mundo bárbaro, más sombrío y triste que el actual, se habría extendido por todos los confines de la Tierra; y el auténtico «cristianismo» no habría arraigado en ningún lugar del mundo.


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