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Índice de Dos clases de amor   

 

 
Capítulo 7
No se puede transformar a un animal en hombre con palabras, escritos, amenazas de castigos o promesas de un paraíso
El estado inacabado o animal del hombre terreno hace que éste esté dominado por una naturaleza tanto animal como humana. Como la naturaleza humana del ser todavía está muy poco desarrollada, es la naturaleza animal la que, de manera correspondiente, domina o se muestra muy superior en su modo de ser. Esta superioridad o naturaleza animal desenfrenada de los hombres es la responsable de sus luchas y guerras mundiales, de su modo de ser mortífero, de su enorme materialismo y ateísmo, de sus ambiciones y deseos de poder, de su intolerancia, celos, rivalidades y envidia, es la que estimula su karma oscuro, su infierno o cataclismo. Su falta de amor universal, y la consiguiente desenfrenada inteligencia, también ha contribuido a que hayan podido desarrollar con armas atómicas y nucleares su capacidad de muerte y destrucción con una capacidad un millón de veces mayor. Están en condiciones de poder destruir de una forma puramente automática pueblos y estados en unos instantes, a pesar de que los siguientes mandatos han vibrado a través de la atmósfera de la Tierra a lo largo de milenios: «No matarás» (Ex. 20,13). «Vuelve tu espada a la vaina, porque todos los que se sirvieren de la espada a espada morirán» (Mt. 26,52). «Así haced vosotros con los demás todo lo que deseáis que hagan ellos con vosotros: porque ésta es la ley y los profetas» (Mt. 7, 12). «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt. 22,37). «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt. 22,39).
      ¿Por qué estos mandatos divinos no han detenido el estado de vida belicoso o mortífero de la humanidad, no han detenido su naturaleza animal?
      Si los divinos mandatos religiosos no han podido detener la naturaleza, la mentalidad y el modo de ser animal de los hombres y convertir a los seres en hombres que aman con amor universal, en hombres acabados o perfectos, se debe exclusivamente a la circunstancia de que no se puede transformar a un «animal» en un «hombre» simplemente con un mandato. No se le puede ordenar a un elefante, un león, un tigre o a otro animal que se convierta en hombre. Esta transformación no puede tener lugar por medio de ningún simple mandato o milagro instantáneo. Sólo puede tener lugar por medio de un paso a través de la evolución y por medio de la experimentación de la vida a lo largo de muchas vidas físicas, terrenas.
      Quizá se diga al respecto que estos mandatos no se dieron ni se dan a elefantes, leones, tigres ni a ningún otro animal, sino a hombres. Es cierto. No se han dado a seres con esta apariencia animal o estas formas especiales de organismo, pero se han dado a «animales» con apariencia humana. Esto quiere decir, a su vez, que los mandatos divinos se han dado a seres que han comenzado a tener inteligencia humana y, en parte, un organismo humano y, por consiguiente, se les da el nombre de «hombre» sin que sean, en realidad, un hombre totalmente evolucionado y acabado. Esto es valedero para todos los hombres terrenos. Dichos hombres son, de este modo, seres cuya mentalidad o psique todavía está formada por una naturaleza animal y una naturaleza humana. Esta naturaleza animal del hombre es totalmente inmune o insensible a los mandatos indicados, que, claro está, expresan un modo de ser de una zona de existencia totalmente distinta a la animal. La naturaleza animal del hombre todavía lo hace muy receptivo para todo lo que puede fomentar y estimular su existencia a costa de otros seres. Estimula todos los actos egoístas y llenos de odio. Es el fundamento de todos los estados y modos de ser faltos de amor y mortíferos. Aquí encontramos la mentalidad y el modo de ser que la Biblia ha simbolizado con la denominación «diablo» o «el mal». Esta forma de psique es el contraste total a la suprema luz eterna o conciencia del mismo Dios, que en la Biblia se expresa con la denominación «el espíritu santo».


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