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Índice de Dos clases de amor   

 

 
Capítulo 51
Los dolores de parto del amor universal
Antes de que los hombres, en su evolución, lleguen al estadio a que acabamos de referirnos como «los hombres a imagen y semejanza de Dios» acabados o perfectos y, de este modo, vivan «disfrutando el árbol de la vida», tienen un camino muy duro a través de la vida. La oscuridad es especialmente grande para los seres bipolares, cuando su bipolaridad comienza tan fuertemente a manifestarse que los seres en cuestión ya no pueden seguir ocultando su estado. La mayoría de gente de la Tierra desconoce todavía totalmente esta evolución de una nueva forma de experimentar «el fuego supremo» por los hombres. No comprende que dos seres del mismo sexo puedan tener un sentimiento de profunda simpatía mutua, es más, aparentemente como si fueran esposo y esposa. Una simpatía así despierta el antes mencionado instinto animal, primitivo que lleva a los animales a matar a sus semejantes anormales y desamparados. Este instinto primitivo o esta antipatía hacia lo anormal sigue estando presente en los hombres unipolares muy primitivos y les hace sentir una antipatía sumamente grande y deseos de persecución para con los seres cuya facultad de amar los lleva a sentir una mayor o menor simpatía hacia seres de su mismo sexo. Sí, se dieron directamente leyes por medio de las cuales estos incipientes seres de amor podían ser castigados por su simpatía o amor hacia su propio sexo.
      Pero si los seres no evolucionaran de este modo, ¿como podrían entonces poder cumplir el mandato de Cristo de amar a su prójimo como a sí mismo? ¿Puede un hombre unipolar, muy masculino, amar a otro hombre como se ama a sí mismo? ¿Puede una mujer, equivalentemente muy femenina, unipolar amar a otra mujer como se ama a sí misma? Estos hombres y estas mujeres, en virtud de su unipolaridad, ¿no han sido construidos orgánicamente para no poder amar a su mismo sexo? ¿No es, acaso , por esto que sienten antipatía y asco hacia quienes tienen esta facultad? «Adán», es decir, el ser vivo, ¿no tuvo, precisamente, que sufrir «la creación de Eva» para, de este modo, convertirse en unipolar y llegar a la situación de sólo poder amar a seres de sexo contrario? Y este amor unipolar, ¿no fue asegurado de una manera muy rigurosa por medio de la ley? La ley de Moisés, ¿no prescribe, precisamente, la pena de muerte para el contacto de amor bipolar del «fuego supremo» entre seres del mismo sexo? «Si alguien se acuesta con varón, como lo hace con mujer, ambos han cometido abominación: morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos». (Lv. 20,13). Y como los demás preceptos de la ley de Moisés están destinados a proteger a toda costa el amor de apareamiento o matrimonial, el amor universal no habría podido desarrollarse jamás si por sí mismo no se apoyase en una fuerza orgánica de crecimiento tan superior, que necesariamente tuvo que romper las ramas encarceladoras de la ley de Moisés, igual que el pollito con la fuerza que le da su crecimiento rompe la cáscara del huevo cuando está incubado.
      La ley de Moisés no puede, así pues, salvar al mundo. Esta ley es el fundamento de la época mundial unipolar, una época mundial en la que hasta ahora el amor universal ha sido un misterio, se ha concebido como una desviación, una anormalidad o delito. Pero ahora vivimos en medio de la decadencia de esta época unipolar, en medio de su degeneración y muerte, y el nacimiento de una nueva época mundial ha comenzado hace tiempo. Esta época tiene también su «Moisés», que hace tiempo dio las leyes para una nueva época mundial. Este «Moisés» es el redentor del mundo «Cristo». Sus leyes son el fundamento para la nueva época mundial. A esta época la conocemos como «cristianismo». Esta época mundial se basa en la bipolaridad en su forma acabada y, por consiguiente, en el amor universal, mientras que la unipolaridad o la época mundial agonizante se basa en el amor animal de apareamiento o de matrimonio. Vivimos, así pues, en estas dos épocas mundiales, y los seres aquí tienen una gran mezcla. Tienen en ellos tanto las tendencias o naturaleza de la nueva época mundial como de la vieja. Y en miles de hombres la incipiente naturaleza de la nueva época mundial se manifiesta entre otras cosas como amor universal o el incipiente amor de los seres hacia su propio sexo. Que en su incipiente comienzo este amor quizá no sea hermoso y perfecto, es muy natural. Pero esto no cambia el hecho de que sea este incipiente amor el que va a salvar a la humanidad de la oscuridad de la guerra y de la muerte, del infierno y el cataclismo. Por qué entonces perseguir, insultar y mofarse de los seres en los que ya han comenzado las tendencias del amor universal. Y si no tuviera que manifestarse como una transformación orgánica de la disposición del ser hacia la simpatía, desde el amor de apareamiento o de matrimonio hasta la luz eterna y el calor incondicional del amor universal como el espíritu de Dios en el modo de ser de los seres, ¿cómo tendría entonces que manifestarse? Sin órganos ninguna facultad. ¿Por qué perseguir a los seres en los que está creciendo el talento del amor universal? Perseguir y combatir el talento de amor universal de los seres bipolares es directamente un suplemento a la creación de armas infernales de guerra y a la destrucción del derecho de otras naciones a la vida y a un lugar en la Tierra, es hacer entrar a la humanidad en una época infernal futura de guerra, muerte y destrucción. La humanidad tiene que recordar aquí el gran mandato cósmico: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt. 22,37). «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt. 22,39).


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