Lee y busca en El Tercer Testamento
   Cap.:  
(1-54) 
 
Búsqueda avanzada
Índice de Dos clases de amor   

 

 
Capítulo 27
El Padre y el hijo
Toda la vida del universo, es más, toda la vida del universo en toda su infinidad y eternidad con sus galaxias, nebulosas, soles y planetas, mundos habitados con humanidades y todas las otras formas de vida consiste, en su análisis absoluto, exclusivamente en las reacciones de un intercambio mutuo de conciencia entre la Divinidad y cada uno de los seres individuales que existen en el universo. El mantenimiento de todo el universo, sus funciones de vida y procesos creadores son, así pues, una convivencia, indisolublemente entrelazada, entre la Divinidad y los seres vivos del universo. Esta pertenencia mutua e indisoluble entre la Divinidad y cada ser vivo consiste, como ya hemos indicado, en que la Divinidad y cada ser vivo concreto tienen una estructura cósmica, común que condiciona recíprocamente la facultad eterna de ambos seres de experimentar la vida y manifestarse. Si la vida de estos dos seres no tuviera esta estructura común, su conciencia o funciones de vida no podrían de ninguna manera tener lugar. Su comunidad de conciencia o vida consiste en que la «X1» de todos los seres vivos, es decir, los yo de los seres vivos, todos sin excepción, constituyen conjuntamente «el yo de Dios». Del mismo modo, la «X2» y «X3» de los seres vivos constituyen la «X2» y «X3» de la Divinidad respectivamente. Como sabemos, estos tres principios constituyen exactamente las tres condiciones necesarias para que un «algo» pueda aparecer como un ser vivo. Aquí no podemos entrar en más detalles, sino simplemente subrayar que el ser vivo tiene que tener un «yo», que es lo mismo que «X1». En segundo lugar tiene que tener una facultad creadora, que corresponde a «X2». Después viene «X3», que constituye la parte creada, o parte de la psique, de la facultad creadora y del organismo del ser que se encuentra en el espacio y tiempo. La Divinidad y el ser vivo cumplen, así pues, estos principios. Por consiguiente, cada uno de por sí constituye un ser vivo, una individualidad eterna e inalterable.
      ¿Cómo pueden la Divinidad y el ser vivo individual aparecer como dos individualidades independientes teniendo un yo común? Aquí tenemos que comprender que este «algo», que expresamos como «X1» carece de sustancia, en el sentido corriente de la palabra, y, por consiguiente, no puede dividirse. Es por esto que sólo puede tener el análisis «algo que es». Este «algo que es» está, así pues, no dividido presente en el universo. Es «el algo» más elevado que existe y forma, por lo tanto, el «yo» de la Divinidad. Que además de ser el «yo» de la Divinidad también sea, a pesar de su estado no dividido, el yo del ser vivo se debe al principio «X2». A esta «X2» la podemos simbolizar como una bola vacía de material no transparente. En esta bola hay pequeños agujeros repartidos equitativamente por toda su superficie. Si nos imaginamos «X1» o este «algo» como una potente luz dentro de la bola, esta luz arrojará un rayo a través de cada agujero. Cada rayo simbolizará el yo de un ser vivo, mientras que la luz en la bola es el yo de Dios. Del mismo modo que el rayo de luz no está separado de la luz del interior de la bola, el yo del ser vivo tampoco está separado o incomunicado de la «X1» o yo de la Divinidad. La luz que sale de cada agujero de la bola simboliza, de este modo, a los seres vivos, la bola simboliza el «X2» por medio del que «el uno se convierte en muchos». Cada ser vivo tiene así su propio yo, aunque está unido de manera indisoluble con el yo de Dios y es uno con éste. Cada ser vivo es, así pues, una individualidad en la Divinidad, sin que ésta pierda su individualidad y sin que dicho ser vivo pierda su individualidad. Cada uno de estos seres vivos es un instrumento para la experimentación de la vida y la manifestación de la Divinidad. ¿Cómo podría la Divinidad, si no, experimentar, manifestar o crear? La Divinidad no puede experimentar ni crear por medio de nada. Con respecto a cada ser vivo concreto, la Divinidad es, como ya hemos dicho, todo el universo, tanto espiritual como físico, tanto microcósmico y macrocósmico como mesocósmico, con todos sus seres vivos y todas sus cosas. Pero con este formato tan gigantesco, el ser vivo no puede percibir a Dios como una individualidad o un ser vivo antes de haber avanzado más y más, por medio de la evolución, en dirección hacia la conciencia cósmica y ver la creación del hombre por Dios «a su imagen y semejanza». Pero la Divinidad enseña al ser vivo concreto por medio de sus otros seres vivos que, como ya hemos dicho, todos son órganos de conciencia e instrumentos para su creación. Y la Divinidad tiene a cada ser vivo concreto bajo su protección por medio de su manifestación a través de otros seres vivos. Ya sabemos cómo Dios ha conducido a los hombres a su actual estadio por medio de grandes guías espirituales, profetas y redentores del mundo, que precedían en gran medida a los hombres en su transformación de animal en hombre. De entre estos podemos, claro está, nombrar a Cristo que era «el hombre a imagen y semejanza de Dios» totalmente acabado, y era uno con la conciencia y el amor universal de Dios.
      De este modo, la Divinidad dirige a cada ser inacabado concreto con la ayuda de otros seres vivos y mantiene su existencia y renovación de la vida o evolución, no sólo por medio de seres mesocósmicos, sino también mediante seres tanto microcósmicos como macrocósmicos. Y la Divinidad oye la oración de cada ser vivo a través de seres especialmente aptos para esta misión. Del mismo modo, la Divinidad tiene otros seres vivos que son especialmente aptos para las otras muchas formas de colaboración en la creación del ser vivo por la Divinidad, creación que consiste en la transformación del ser vivo desde mineral, a través del reino vegetal, el reino animal y la culminación de la oscuridad del reino del hombre inacabado, hasta el hombre acabado como uno con Dios en la profusión de rayos luminosos de su espíritu.
      Como cada individuo está además indisolublemente vinculado a la Divinidad, en virtud de que los análisis de sus tres X son idénticos a los análisis de las tres X de la Divinidad o inseparables de ellos, descubrimos aquí que este ser vivo tiene más lazos de familia con la Divinidad que los que un niño terreno tiene con su padre y su madre. Por esto está totalmente en contacto con la realidad que a la Divinidad y al ser vivo se les denomine «Padre» e «hijo» respectivamente.


Comentarios pueden mandarse al Martinus-Institut.
Información de errores y faltas y problemas técnicos puede mandarse a webmaster.