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Índice de Dos clases de amor   

 

 
Capítulo 26
La Divinidad y los seres vivos
Así, cada ser vivo convive tanto física como espiritualmente con la todopoderosa, omnisapiente Divinidad eterna que ama con amor universal. Es más, los seres tienen, incluso, que evolucionar hasta llegar a hablar con ella como un hombre habla con su prójimo. Hasta qué punto podemos comprender esto depende de lo que hayamos avanzado en la transformación por Dios de nuestro ser de animal en hombre. Lo mismo es válido, así mismo, para nuestra comprensión de que el antedicho «esto», es decir, todo lo que, en resumidas cuentas, existe a nuestro alrededor, todos los seres y las cosas que están separadas de nuestra individualidad y que, de este modo, no le pertenecen orgánicamente, son sólo y únicamente una revelación o manifestación visible para nosotros de la Divinidad. Es cierto que esta revelación abarca tanto a nuestros amigos como a nuestros enemigos, a los miembros de nuestra familia, a nuestros subordinados y nuestros jefes, todas nuestras experiencias, tanto las desagradables como las agradables, las catástrofes de la naturaleza, las guerras, las mutilaciones, las enfermedades, las muertes no naturales, la necesidad y la miseria, las plantas mortíferas, los animales venenosos, las serpientes, los cocodrilos, los leones y tigres y otros animales que se basan en el principio mortífero, además de los hombres primitivos e inhumanos que matan y asesinan, en el peor de los casos hombres diabólicos, expertos en la técnica de bombas y armas nucleares, verdugos kármicos, cósmicos que arrastran aparatos infernales y máquinas de muerte, aniquiladoras de civilización y cultura, con la fuerza de millones de caballos. Así se muestra la revelación de la conciencia secundaria de la Divinidad. Es decir, la parte de la conciencia de la Divinidad por medio de la que ésta se revela o manifiesta exclusivamente a través de los seres inacabados que están sujetos a su creación o transformación de animal en hombre. Más tarde veremos cómo la presencia del espíritu eterno del amor universal de la Divinidad, en cada uno de estos seres inacabados existentes, victoriosamente los hará surgir de esta oscuridad, la más grande de la vida, como un príncipe de la luz revestido de la luz eterna de Dios o de la profusión de rayos del amor y la omnipotencia.
      Los hombres inacabados todavía no están acostumbrados a percibir a sus semejantes, a los animales y las plantas y todo lo restante a su alrededor, que no está orgánicamente unido a su propio organismo, como idéntico a Dios. Así pues, no comprenden que sus semejantes y toda la restante vida y zona física, con que están en contacto, constituyen lo más tangible de su convivencia y relación con Dios. No comprenden en absoluto que la acción, que ejercen sobre ellos los hombres, animales y plantas y todos los demás fenómenos con que entran en contacto, es la acción directa de Dios sobre ellos. Exactamente del mismo modo la acción de un ser sobre sus semejantes, sobre animales y plantas y demás entorno es, en realidad, su manera de dirigirse a Dios o su manera de actuar sobre Él. La vida diaria de cada hombre concreto y su relación con otros seres es, en su análisis más profundo, absolutamente lo mismo que su relación con Dios. Lo que les hacemos a otros seres vivos se lo hacemos a Dios. Lo que otros seres nos hacen a nosotros es, en realidad, algo que Dios nos hace, en forma de una copia del modo de ser más o menos malo o bueno, imperfecto o perfecto que nosotros mismos manifestamos hacia nuestros semejantes y lo que nos rodea y, con ello, hacia Dios.


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