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Índice de Dos clases de amor   

 

 
Capítulo 19
La presencia del espíritu santo a través de la función orgánica del ser vivo
Adán es, por consiguiente, un ser cósmico degenerado que todavía vive principalmente en el reino de la bienaventuranza, en su mundo de recuerdos, pero que ahora ha comenzado a tener un débil contacto con el mundo físico. Este Adán, sin embargo, no podría en absoluto seguir avanzando en la creación de conciencia y en la experimentación de la vida en el mundo físico y espiritual si tras su manifestación externa no existiera una estructura cósmica, orgánica, eterna. Esta estructura mantiene su experimentación de la vida y su manifestación renovándola eternamente, en forma del principio del hambre y la saciedad y del consiguiente paso a través de las zonas o reinos culminantes en luz y oscuridad de los ciclos de espiral. Esta estructura orgánica, la más elevada del ser, la hemos denominado su «supraconciencia» eterna. Esta supraconciencia es el órgano principal de toda la manifestación del ser como «ser vivo». Es la sede de una energía que todo lo penetra, que hemos llamado «el fuego supremo». Este fuego supremo es en realidad, como ahora vamos a ver, lo mismo que el espíritu vivo de Dios que todo lo ilumina, que en la Biblia se expresa como «el Espíritu Santo». Este espíritu es, a su vez, lo mismo que la conciencia viva de Dios que todo lo penetra. Esta conciencia reside en la supraconciencia de todos los seres vivos. Y con este espíritu de Dios en el ser vivo se regula toda su vida eterna. Sin la presencia de este espíritu de Dios en forma del «fuego supremo» en el ser vivo, su existencia como «ser vivo» sería totalmente imposible. Pero si no tuviese su sede en la supraconciencia de los seres vivos, la existencia de Dios como «ser vivo» también sería totalmente imposible. Los seres vivos son órganos de manifestación y experimentación de vida de la Divinidad, esto está en vigor tanto para los seres microcósmicos y macrocósmicos como mesocósmicos. Y la Divinidad es el macrocosmos absolutamente necesario o condicionante de vida de todos estos seres. La Divinidad y los seres vivos constituyen, así pues, una unidad inseparable, condicionante de vida, que realiza un trabajo en común. No es entonces tan extraño que la Biblia diga que «El espíritu de Dios se cernía sobre las aguas» (Gn. 1,2)
      Es por medio de la presencia del espíritu de Dios en la supraconciencia de los seres vivos, y de la función orgánica que surge de ella y es guiada por ella, que éstos tienen la facultad de manifestarse y experimentar la vida, tienen la facultad de manifestar y experimentar lo malo y lo bueno, la oscuridad y la luz, que tienen acceso al «disfrute del árbol de la ciencia del bien y del mal» y en esta escuela, la más elevada de la vida, se convierten en expertos en conocer la diferencia entre el bien y el mal, se convierten en expertos en el modo de ser del amor universal, se convierten en «el hombre a imagen y semejanza de Dios». Sin el espíritu santo de Dios en la conciencia o psique de los seres vivos no habría ninguna posibilidad en absoluto de creación o experimentación de la vida. No existirían hombres, animales, plantas, ni ningún ser vivo, ni en el microcosmos ni en el macrocosmos, si el espíritu de Dios no existiera en la supraconciencia o psique de los seres vivos, es más, no existiría ningún microcosmos, mesocosmos o macrocosmos en absoluto.


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