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Índice de El camino al paraíso   

 

 
Capítulo 33
Donde las reencarnaciones se hacen innecesarias y cesan
Aquí comenzamos a ver el verdadero principio divino, que garantiza a todos los seres vivos la experimentación de una existencia paradisíaca más allá de la vida física terrena. Que los seres vivos no puedan quedarse en este paraíso, sino que tengan otra vez que nacer de nuevo en la zona física, se debe exclusivamente a que no están evolutivamente acabados, no han alcanzado el nivel de experimentación de la vida y facultad creadora que es el plan de la Divinidad con dichos seres. Naciendo de nuevo en la zona física, los seres tienen la posibilidad de seguir evolucionando y cometer nuevos errores y experimentar los efectos de estos errores y la sabiduría y la correspondiente alta inteligencia que engendran, con lo cual el modo de ser se convierte, de manera correspondiente, en más evolucionado capacitándolos así para experimentar proporcionalmente una radiante profusión luminosa todavía más elevada en forma de la experiencia del paraíso. Y así continúan los seres vivos, a través de reencarnaciones en la zona física, evolucionando cada vez más y teniendo una correspondiente y más luminosa existencia paradisíaca tras cada vida terrena. Así el ser consigue finalmente atravesar todas las zonas y esferas de los errores desagradables y alcanza, de este modo, la culminación de la sabiduría y del amor del ciclo de espiral actual. Por consiguiente, ya no puede aprender más en la zona física de este ciclo, con lo que cesan las reencarnaciones o renacimientos. Y tal como posteriormente trataremos de nuevo, de aquí en adelante el ser, con toda la capacidad cósmica de su conciencia, continúa revelando la manifestación divina del amor en forma de sabiduría y creación altamente intelectual en la profusión luminosa de la materia espiritual. A través de esta creación, los detalles de los mundos espirituales se modelan en brillantes y luminosas materias. En esta materia áurea todo aparece con un amor, una sabiduría, una belleza y alegría culminantes. Aquí la vida cotidiana es una revelación y una experimentación de la conciencia primaria de Dios en su forma más pura.


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